1.  Invitación

   

1.4. Me da pereza el viento, la vida…

 

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Me gusta que mi casa huela a incienso, a cura… Es una táctica para que bajes la guardia, para sorprenderte aún más con lo que encontrarás aquí dentro. Es como jugar al mus apostando a la chica.

Con el paso de los años me fui encomendando a mí mismo una dura tarea, pero no por eso renunciable: transitar sendas no exploradas en el conocimiento y en la experiencia vital.

Como en otras muchas ocasiones, la mera ocurrencia de que podía hacerlo, así, se convirtió a la vez en autodesafío… quizá sea ésta la esencia de mi talante. Cuanto más lo meditaba, más tentador me resultaba: por si quedara alguna duda, la dificultad inherente al proyecto era un factor decisivo para lanzarme de cabeza. Necesitaba fuerzas para comenzar desde menos uno. Quizá fuera un descubrimiento en mi interior, más que una tarea autoencomendada. Puede que cuanto más extraño y difícil, más singular: menos renunciable.

A veces la gente se pregunta de dónde procede mi calma... probablemente porque cuando me han leído las cartas del tarot, éstas siempre me han pedido paciencia. También me pregunto si no eran cartas que yo mismo me enviaba desde el futuro, a través del correo esotérico.

Hay un cabrón en mi cabeza. Aparece como difuminado y me borra los recuerdos. Hago esfuerzos para evitarlo, pero es inútil… El recuerdo, esa variante espiritual de la masturbación: frotas hasta sacar a la luz, sacar brillo a las vivencias pasadas… hasta que te inunda imparable una marea que es sensación al tiempo que (re)vivencia y después del clímax, el valle.

Pero no sé si seré capaz de transmitiros este hervidero: la cocción, el bullicio que es la juventud misma. Emito crónicas de hace treinta años, confiando en recrear una atmósfera con la que envolveros. Que entréis en ella como en una exposición, reviviendo microclimas ya extinguidos.

Hijos de nuestros padres, padres de nuestros hijos. ¿Qué somos, sino eso?

Treinta años después, volvemos al pasado: como si hubiera una reunión imposible convocada desde entonces, a la que acudimos ahora como los zombis que somos, en que nos hemos convertido. Nos reencontramos en ese territorio imposible, esa utopía, para ajustar cuentas… pero cada un@ consigo mism@. Revivimos, pero haciendo lo que en su día fue nada: palabras, hechos, actos.

¿Tú me conociste…? pues fue como si ahora fuera entonces y te estuviera contando mi vida pasada y mi vida futura. Un juego de espejos, un guiño del tiempo… aunque sólo sea en la imaginación, buscamos la manera de convertir cada instante en una esfera griega.

Ya sé que no descubro ninguna américa, tampoco lo pretendo. Si así lo preferís: soy un entomólogo o un etnólogo cuyas ramificaciones llevan sangre (con oxígeno) hasta la última célula del recuerdo. Para que los turistas del porvenir sufran y gocen: los momentos de etílica endorfina que un día poblaron una micra del planeta. Quienes así lo deseen, que juzguen si ha sido o no una apetitosa pérdida de vida.

Ahora para vosotros estoy muerto, consideráis con razón haberme perdido irremediablemente… aunque en realidad siempre lo estuve. Coincidían nuestros planos de percepción hasta crear esa ilusión óptica, existencial, pero estábamos en diferentes facetas de la realidad: siempre ha sido así.

Os habéis quedado ahí, en vuestro miserable reducto de conspiraciones baratas, de sucesiones y tutelas mezquinas y domésticas. Yo ya estoy en otra dimensión, ni siquiera me salpican esas hazañas de felpa y guata.

Todo eso que eres tú ahora y de lo que tan orgullos@ te sientes… ya lo he sido yo antes, alguna vez. Gracias a la observación participante, puedo declarar sin sonrojo mil pasados de empatía: incluso con estados o cosas que ahora mismo aborrezco, varado en mi madurez… más allá del mal y del bien.

Puesto que astralmente se han normalizado las cosas, ahora se ha hecho un poco de justicia en este sentido: vosotros ahí, en vuestra mezquina y limitada parcelita de materia, en vuestra eterna pelea de pajaritos. Poco a poco me fui librando de todos, hasta conseguir una “distancia histórica” que me permite juzgaros como lo que sois, sin implicaciones personales. He despegado y circulo a unas velocidades inimaginables, en esa otra dimensión que vosotros llamáis muerte[1]. A mí me pasa lo mismo: os veo muertos en vida. Total, sólo es cuestión de perspectivas.

Podéis creerme: los nombres no son importantes. Ya lo decían los clásicos, el nombre es convención. Por eso aquí aparecen sólo disfraces (nombres convencionales, de mi invención). No se corresponden a personas concretas más que en mi imaginación. Cada individuo es, cada un@ de nosotr@s somos sólo la encarnación, la personificación e individuación de unas energías que nos superan. Nos creemos irrepetibles y lo somos, pero no por el hecho de nuestra individualidad, sino por la combinación infinita de los infinitos factores que dan como resultado a cada un@ de nosotr@s. De ahí que lo que desfila por estas páginas no sean personas concretas, sino proyecciones de esa combinación. También están los modelos referenciales, más abstractos: los arquetipos. Pero todo es ficción. Si alguien se viere reflejado aquí, debería reflexionar sobre la siguiente cuestión: ¿se encuentra lo que se busca? o más bien al revés, la predisposición, los prejuicios ¿nos hacen buscar aquello que encontramos?

Sin duda alguna, resulta infinitamente más fácil encontrar cuando uno sabe lo que busca: porque no existe la incertidumbre.

Quien quiera buscarse en cualquiera del muestrario, personajes o arquetipos, a buen seguro podrá hacerlo sin dificultad. Pero eso no convierte a la obra en un catálogo de retratos, un desfile de existencias reales con nombre y apellidos. El nombre es convención. El retrato: sólo un boceto expresionista.

¡Qué bien estáis donde estáis! Gracias a eso, tengo distancia espacio-temporal y elementos de juicio suficientes para concluir rectamente y sacar consecuencias o conclusiones diáfanas. Para vivir necesitaba un corazón mucho más grande que el vuestro…

Como en la aporía clásica: ni os movéis donde estáis[2] ni tampoco donde no estáis[3]. Conclusión: no os movéis en absoluto. Permanecéis como los insectos, atrapados en ese ámbar que os encarcela pero resalta todas vuestras características, espléndidas en aquella juventud mítica.

Cada un@ de vosotr@s sois pequeñas piezas irisadas con las que voy reconstruyendo el tapiz de mi pasado, el rompecabezas que no deja lugar para el vacío[4] ni para el error[5].

Surco osado la senda inhóspita del tiempo que un día se fue, descubriéndome en recuerdos como quien se mira en un espejo sin azogue. Puede que simplemente sea una aventura para superhéroes en la que soy un intruso involuntario… pero tengo la impresión de que todo aquel pasado que parecía tan diáfano en su día, sólo era el disfrazado germen de vuestra prisión actual.

Todo encaja a la perfección, como si formara parte de un plan tan paciente como desconocido o sabio. Desde el presente actual puede interpretarse aquello que fue presente en su día, pero ahora cobra todo su sentido: irónico y único, sin duda. Casi tanto como justo, porque en este crisol actual, atiborrado de absurdos, con seguridad puede contemplarse el resultado de una operación exacta, casi aritmética: hace del presente la resultante de su cuenta previa. El resultado de un ajuste de cuentas.

Me comunico con vosotr@s de esta manera: con un guiño sobre la pulida superficie, en el espejo del tiempo. Hacia el pasado, con exhortaciones retóricas, realidades alternativas y/o hipótesis imposibles. Emisor incomunicado a quien se la pelan l@s receptor@s.

Ya os tengo a tod@s metid@s en la jaulita del recuerdo…


 

[1] ¡Cuántas veces he envidiado vuestra vida simple, la del 2 y 2 son 4! Casi tantas como he disfrutado de la vida compleja que me ha tocado (por la mente), riendo amarga y elitistamente entre una lluvia para vosotros incomprensible…

Pensando entre carcajadas estelares, con Dostoievski, que “2 y 2 son 4 no es ya la vida, caballeros, sino el principio de la muerte”. Tan contagiosa como la peste.

[2] En el olvido, el exilio, la desaparición.

[3] El presente, la realidad, la importancia.

[4] Que sería olvido, ya desterrado y por eso mismo ausente.

[5] El recuerdo siempre traiciona el pasado interesada y subjetivamente, reinventándolo a su antojo.

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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