3. Mis memorias: declaración desnuda de intenciones; objetivos

   

3.1. ¿Qué son mis memorias?

 

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Viví mucho y morí joven: mi bonito cadáver del ’99 son las presentes Malas memorias… aunque también son un libro de aventuras. Mis memorias… la bradipsiquia como ventaja, como género literario.

Para explicar cómo son mis memorias lo mejor será pincelar una descripción impresionista, porque comunicará la esencia mejor que el lenguaje, sin duda. Además de ser más colorida e intuitiva, no resultará tan cansina.

Archivar, ordenar, clasificar… sin duda resultan tareas de doble filo: como el coleccionismo, por una parte aportan una estabilidad espiritual. Ésta debería formar parte de la más elemental educación que pretenda aportar al individuo una vida tranquila y equilibrada: el coleccionismo trayendo la paz.

Pero por otro lado cercenan la aventura, cierran la puerta a lo imprevisible. No lo exterior, que eso siempre sorprende por indeterminado[1]: la aventura interior, la que anida en la propia personalidad. Ésa que a veces nos sorprende a nosotros mismos con reacciones que jamás habríamos previsto en un contexto similar.

Durante las temporadas eternas en las que busca su verdadera personalidad, el ser humano se debate entre estos dos abismos, elementos irreconciliables: siempre un enigma, una sospecha, un espejismo.

  • En ocasiones es una etapa corta, fugaz, invisible: entonces gana el miedo interior y se impone una solución drástica. Es lo que Fromm llamó “el miedo a la libertad”, sólo que ahora no se trata de la vertiente política o sociológica, sino en el gobierno de uno mismo. La persona se entrega complacida a la dictadura de la costumbre, porque otorga la tranquilidad de saber a qué atenerse en todo momento: a qué axiomas remitirse en caso de que la propia vida sea invadida por lo imprevisto.
  • Otras veces, dependiendo de su idiosincrasia, puede más en el individuo el afán de investigar consigo mismo, de someterse voluntariamente –de forma más o menos racional– a situaciones extremas de todo tipo. Sólo con la intención de ver cómo reacciona ante ellas para descubrirse así a sí mismo en facetas hasta ese momento desconocidas. Para incrementar su sabiduría siguiendo las indicaciones del oráculo de Delfos en el “conócete a ti mismo”. Semejante actitud resulta enriquecedora, sin duda: ante todo porque enseña a convivir con el propio yo, pero también porque aporta a la vida cotidiana un elemento de aventura. Ésta le provoca la pasión de vivir como una situación total, inagotable, siempre presta a otra vuelta de tuerca. Por mucho que un nivel parezca agotado, queda siempre el recurso a los metaniveles.

Así, desde esta perspectiva podríamos decir que la vida es un (auto)aprendizaje constante e infinito, siempre susceptible de ser ampliado o profundizado. Para esta tendencia insaciable la conciencia reserva el sufrimiento de una dependencia mayor que la que pueda provocar cualquier sustancia externa. Es el síndrome de abstinencia de la endorfina: impele al individuo cuya vida es de esta manera a intentar acaparar entre sus manos cuanta vida sea capaz de concebir o imaginar. Para esto la mejor metáfora sería la del vampiro: febrilmente enajenado por la obsesión de hacer propia la sangre ajena. Con esta búsqueda acaba con el prójimo al mismo tiempo que se enriquece: es el prójimo fungible.

Ha traspasado ya la frontera de la autoconciencia y del autodominio. Se ha creído una esponja capaz de absorberlo todo. Se ha tomado a sí mismo por un dios, olvidando su condición de investigador propio y diminuto en un mundo que por definición se le escapa. Ha olvidado sus límites: difuminados, al perderlos de vista los cree desaparecidos.

Para este segundo perfil del individuo hay una maldición equivalente a la del primero: permanecer toda la vida vagando… por estepas ya vacías de humanidad; saberse incapaz de cumplir una tarea que se ha impuesto a sí mismo y que le resulta por definición irresoluble. Es otra forma del purgatorio.

Con esta taxonomía por tanto hablamos del individuo que no llega (el primero) y también del que se pasa (el segundo). Uno por defecto y el otro por exceso, toman la parte por el todo: confunden el método con el discurso, la forma con el fondo. Si el primero es temeroso, el segundo es temerario. Ambos han errado el disparo al corazón de esa vida a la que pretenden atrapar y se les escapa por diferentes motivos: el primero tiene miedo a fallar y por eso no dispara. En cambio el segundo está tan obsesionado con la posibilidad de errar… que no hace ya otra cosa en la vida sino disparar continuamente, por miedo a no saber cuál será en realidad el disparo certero. Esta obsesión compulsiva hace que desaparezca el corazón de la vida, disuelto entre infinitos perdigones o hecho trizas con la punta de las saetas… añicos inencontrables.

La solución al enigma es tan sencilla como inexistente, puesto que no se trata de una ley universal ni un libro de autoayuda. La respuesta está en los recovecos más íntimos de la persona: ésos que sólo salen a la luz en la oscuridad de la conciencia aislada[2]. Está en los paisajes personales e incomunicables, indescriptibles con palabras; toda vida es un infinito aprendizaje: en cantidad y en calidad, en espacio y tiempo, en extensión e intensidad.

  • No puede abandonarse la investigación, porque sería negar la vida y sustituirla por un sucedáneo: por eso quienes lo hacen se condenan a una existencia vacía[3], firman su sentencia de muerte en vida. En general se trata – por eso mismo– de un colectivo apegado a la materia.
  • Tampoco el medio puede ser convertido en fin[4], ni olvidar que el talante forma parte de un proyecto más englobante. Es la propia vida, entendida como algo total. Quienes lo hagan vagarán sin fin por paisajes físicos o inmateriales que les aportarán siempre detalles o elementos nuevos, sí, pero a partir de determinado momento ya serán sólo leves matices. Alejados de la esencia una vez superada la recaudación del grueso relevante de datos.

Saber reconocer ese instante no tiene posible enseñanza. Para llegar a él no hay pedagogía adecuada, puesto que es irrepetible: sólo depende del individuo. Tal como haya sido su existencia, sus aprendizajes y experiencias… y en la medida que haya podido o sabido asimilarlos: aparecerá un lapso temporal idóneo para llevar a cabo la tarea. Por esto mismo no hay una edad, una etapa de la vida o unas condiciones de posibilidad que permitan aleccionar a la persona sobre ello. Baste decir que a cada individuo este momento le llegará tarde o temprano y –en la medida que pueda reconocerlo y desarrollarlo– en él radicará el éxito de SU vida. Un éxito tan individual como irrepetible, incomparable e incomunicable. Reconocible sólo por el hecho de que otorga plenitud personal a quien lo obtiene.

Reconocer el momento sólo es el inicio de la tarea, con el que arranca un proceso único denominado “maduración” y cuyo éxito es la “madurez”: entendida como la asimilación de la propia existencia en su carácter único[5]. Alcanzar dicho éxito no es algo meramente social, profesional, económico ni personal.

Consiste en algo tan sencillo como aprender a reconocer las propias limitaciones[6]. Saber también dónde se encuentra el núcleo de las capacidades que nos hacen ilimitados: disparar con él al Universo provocará una explosión nuclear. Significará expandir la propia existencia, optimizando sus potencialidades… sean éstas cuales sean, con la única limitación de respetar este mismo proceso en todos los seres humanos existentes.

Archivar, ordenar, clasificar… son tareas que conforman este proceso de maduración que llevará hasta la madurez misma como estado de paz con uno mismo. Llegar a ser un vino viejo o un sabio licor requiere sin duda de este proceso.

Mis Malas memorias no son una batalla por la verdad: ni a favor ni en contra; más bien resultan ser un jardín de posibilidades que se bifurcan. No son más, si se quiere, que una catedral hecha con palillos, la réplica de un monumento venido a menos: la vida. Una obra producto de mondadientes: de hurgar en recovecos del cerebro hasta ir consiguiendo esta pasta amorfa. Habrá quienes digan que la ficción supera a la realidad: sólo es cierto en tanto le quita lo accesorio, dejándonos pura esencia artesanal. Es otro mundo…

En el fondo, como tod@s, sólo soy un mero generador de datos.

 

[1] Infinitas posibilidades de combinación, más o menos aleatorias.

[2] Evaluándose con justicia y sin prejuicios.

[3] Cuya cáscara puede estar adornada de oropeles, pero alberga una cueva semejante al espacio exterior: en ella no se transmite el sonido.

[4] Ni siquiera aunque sea por el afán investigador infinito que algunos llevan dentro.

[5] Con limitaciones y potencialidades imposibles de comparar con otras existencias, también irrepetibles.

[6] Dejando de lado cuanto contribuya a agrandarlas. Aparcarlas en el olvido, pero teniéndolas siempre presentes.

 

Sonido

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