3. Mis memorias: declaración desnuda de intenciones; objetivos

   

3.1. e)

Introspección

 

032

 

 

Se puede decir que mi vida ha corrido serio peligro desde que nací, pero no antes. Las páginas que siguen servirán para demostrar en qué circunstancias variopintas ha tenido lugar semejante riesgo, tan común a todos los mortales[1]. Malas memorias: como ejercicio, sólo comparable a una escalada en vertical a la puesta del sol; un rafting sin ataduras, en caída libre.

En el pequeño rompecabezas de mi existencia, las experiencias encajan como piececitas; y cada una ocupa su puesto, ni más ni menos, hasta dibujar un tapiz esotérico. Recolocar sólo una significaría  alterar el dibujo del conjunto, apenas figurativo. Por eso está todo en su sitio, por eso en cualquier momento puede dar un vuelco.

El pasado no es una arruga, sino un rictus: aprendizajes que se clavan en el alma. Para ellos la menor importancia reside en la epidermis.

Borradas ya de la memoria todas las complicidades, llega el momento de la justicia sin débitos. Aunque sólo tenga lugar en la conciencia, esta justicia lleva mayúsculas existenciales: y se trata sin duda de unas sentencias con validez universal. No necesito atesorar recuerdos, pues para mí la vida es un recuerdo, porque aglutina cuanto ha ocurrido y no se reduce a las opiniones humanas, tan relativas como decadentes o interesadas.

Repaso mi pasado: repasado. No considero haber renunciado a nada. He elegido, con lo que esto supone: decisión, tendencia, voluntad, deseo, ilusión, apetencia, resolución. Tomar un camino es dejar de tomar el resto de los infinitos caminos: no elegir ya es una elección[2]. Pero tomar un camino no es renunciar a todos los demás, porque elegir es un acto positivo, mientras que renunciar es una elección negativa.

Quizá haya quien, como Cioran, vea la vida como constante renuncia: para mí es una continua elección y en ocasiones una elección continua. ¡Quién sabe si en el camino elegido, tras algún recodo, aguardan caminos que creíamos “renunciados”! Pero no ocurrirá a la inversa, porque la renuncia no lleva a caminos elegidos, sólo conduce al individuo a sí mismo como recurrente pobreza. Después sólo Dios (Beckett), sólo la Nada.

La elección trae consigo la riqueza imprevista de la Lebenswelt, el devenir inagotable, la cascada de problemas nunca finalizada: la realidad inacabada, hechos que desencadenan reacciones[3] imprevistas que a su vez son puntos de partida, convertidos en hechos que concatenan el proceso “ad infinitum”. Interactuar con la realidad significa la actividad generadora: esto es elegir. Renunciar en cambio es la entropía de la egofagia.

La pregunta es sencilla, la respuesta más: ¿dónde está la aventura?

La vida se agota al mismo tiempo que la imaginación. Inactividad simultánea: final de todo sueño.

Parecería casi alucinógeno: pero mientras pienso en lo que estoy haciendo, no pienso en lo que soy. Se llama terapia ocupacional, pues requiere una concentración tan absoluta que el mundo se desdibuja. Pero ¿qué pasa? ¿acaso existe algo que no sea perecedero?

A mí me gusta que se me marquen las facciones, que se vayan profundizando mis arrugas y las canas tiñan el color natural de mis cabellos ¿Qué pasa si disfruto del experimento sin par: ver cómo los achaques van conquistando mi cuerpo? Le digo a mi reflejo, en el espejo: “parece mentira, ¡cómo nos hemos ido!… ¡haciendo viejos!”

¿Acaso no es un entretenimiento, la parte más divertida de esta maldición que es un cuerpo? Porque si los enemigos te quitan el cuerpo, ya te quedaste sin el resto…


 

[1] De una manera o de otra, por algún motivo… siempre he formado parte de algún grupo de riesgo. Es tan vocacional como inconsciente.

[2] La “maldita voluntad” que decía Sartre.

[3] Atómicas, infinitamente multiplicadas de manera geométrica.

 

Sonido

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