Más allá de las complicidades que se prolongan en el tiempo, que nos comunican con personas que muchas veces ya hace siglos que existieron… me pregunto hasta qué punto es inevitable la esclavitud del entorno, estar condicionado por un tiempo.

¿Por qué tenemos que vivir con nuestro tiempo? ¿acaso no podría, por ejemplo, la juventud actual sustraerse al débito tecnológico y hacer un núcleo de camaradería de los ’80 en medio de los ’20? Si cambiaran las redes socio-virtuales por la tertulia copera, saldrían ganando… simplemente entre ell@s, cambiando de paradigma. No hablo de comunicación intergeneracional, no…

Este lastre temporal incomunica a los seres humanos, nos hace deudores de los aprioris. Puede que sea inevitable, pero quizás también sea posible una comunicación en otros planos del conocimiento; de la misma forma que actualmente nos parecen válidos los escritores o artistas clásicos, aunque sean antiguos y a pesar de que su mundo fuera tan diferente. Probablemente por su dedicación a los conflictos humanos, siempre vigentes, los que se sustraen a circunstancias para compartir una raíz. Este aprendizaje es inevitable como forma de supervivencia, de eternidad, de trascendencia, pues lo contrario es la aceptación de la derrota: algo similar a cortarse las uñas un domingo por la tarde.

Sobre mi mesa está la carátula de Arletas, deteriorándose por el tiempo en papel térmico. Aunque aún se le pueda ver la cara, mirando desde hace más de 20 años: hierática, clásica. Tengo poco tiempo y las circunstancias se conjuran para hacérmelo perder.

Probablemente se trate sólo de lo que podríamos llamar errores de colirio: visiones deformadas erróneamente por unos aprioris inadecuados. Nos dejamos lastrar en exceso por nuestro tiempo, sin duda.

¿Por qué ha de preocuparme el paso del tiempo, si el melón me sabe a riachuelos de infancia sofocada, incomprensible y mágica?