Bastida

Cafetería

 

Samarcanda

´83

´99

199

             

 

Le gustaban las parejitas, las acogía en su interior con ternura, compartiendo su intimidad como si fuese una confidencia entre la materia… algo probablemente incomprensible, incluso para las personas que lo protagonizaban. En el Universo hay misterios que van más allá de toda mística, por mucho que el lenguaje se empeñe en describirlos.

Como local, el Bastida no era nada del otro mundo: la planta baja de un edificio más bien antiguo, algo cutre en cuanto a construcción pero con ese encanto que alberga la materia cuando ha compartido muchos sueños y vidas humanas, casi contagiado de ellas. Había adoptado el apellido del romántico por excelencia, aunque no se dejaba reducir al tópico: la carga auténtica del romanticismo, como sabe cualquiera que investigue un poco, va más allá del mero pasteleo.

Las tardes se alargaban en el interior del Bastida de forma paradójica y milagrosa: se hacían eternas a la vez que se iban en un vuelo. Algo así como lo que ocurre con la juventud, siempre pasado y siempre eterna.

Mesas de mimbre con mantelitos caseros, sillas cómodas también de mimbre: era el mobiliario que Bastida había elegido para reencarnarse en el lugar público donde se encontraban cara a cara los desvelos de intimidades prohibidas, una vez traspasadas las paredes de las habitaciones de sus protagonistas.

¡Cuántas promesas habrá oído un local tan emblemático! Un sitio al que no le importa haber sufrido los desprecios de toda esa población que reniega de su existencia por haberlo visto siempre desde fuera. Quedar en el Bastida era casi una declaración de principios, de intenciones. Aunque muchas veces no fuera por motivos de romanticismo, sino de tranquilidad.

Alrededor de sus mesas, por ejemplo, tuve muchas charlas amigables sobre política, literatura, cine, filosofía y tantos otros temas fascinantes… Era una especie de refugio en medio de la tormenta del frenesí de la ciudad. Una manera de tomar aliento, de recuperar fuerzas para volver a una lucha que nunca termina. El rincón al que siempre vuelve el corazón, por mucho que parezca lo contrario. El Bastida era un bar de parejitas, podríamos decir fríamente… aunque en ellas se encuentra precisamente el único calor que hace mover el Universo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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