Bibliotecarios

Mesón

 

Samarcanda

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Al Bibliotecarios le podía su espíritu de mesón en el sentido más ancestral de la palabra. Se dejaba llevar por esa condición: en ella se mezclaban de manera tradicional y más o menos natural…

1) Cierta dejadez en las formas que, lejos de constituir un motivo de rechazo para el cliente, hace del lugar algo más cercano por imperfecto. Hasta cierto punto incluso más natural dentro de la artificiosidad que siempre es un negocio. Rústico.

2) La herencia relativamente voluntaria y declarada del Bibliotecarios como lugar de reunión de la vida universitaria más mundana, al estilo de El licenciado vidriera[1].

3) La vocación alternativa de cualquier lugar en el que bullen espíritus inquietos, intentando encontrar formas de sustraerse al constreñimiento que lleva aparejada toda institucionalización… casi como una forma de entropía.

4) Una tendencia irrefrenable a no dejarse llevar por lo académico y a buscar un anclaje existencial más auténtico. Vital en este sentido.

5) Encontrar en el mesón de la vida ese respiro y autenticidad de los que adolecen todas las cuestiones del espíritu cuando se empeñan en alejarse de lo material y/o lo cotidiano.

Y el Bibliotecarios se debatía en ese terreno tan volátil, consiguiendo a pesar de todo continuar con el espíritu acogedor que había heredado… más allá de la materia y la tradición. A fin de cuentas, en toda batalla vital se necesitan lugares de refugio, de descanso y recarga de energías. El Bibliotecarios servía para eso, más allá de las cervezas y los futbolines, de las reconfortantes tapas y el ambiente nocturno invitando a zambullirse en una niebla tan dorada como las piedras monumentales que lo arropaban, que albergaban su incomprendido corazón… a pesar de todo, humano.




[1] La obra de Cervantes.

 

 

Sonido

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