6 países Cervecería Samarcanda ´87 ´91 137

La excusa para el nombre del local podría haber sido perfectamente el de un torneo de rugby, porque el sitio estaba regentado por un par de jóvenes de lo más amable. Uno de ellos, seguro, practicaba susodicho deporte. El tamaño de su caja torácica y la distancia entre los hombros le delataban. El otro era cercano, comprensivo y alegre. Entre ambos hacían del 6 países un rincón de lo más agradable.

En primer lugar, porque estaba apartado del mundo. Era un sótano al que se accedía por unas escaleras amplias. Sin ventanas, sin contacto con el mundo exterior. Ésta era una de sus indudables ventajas, porque llegar allí y sentarse ante las mesas de madera preparadas especialmente para veladas amistosas… significaba apartarse del mundanal ruido. Sí que es cierto que el asunto de descender a los infiernos resultaba un poco incómodo, pero enseguida se olvidaba. Incluso el inconsciente llegaba a pensar que si ése era el futuro infierno… mejor que no esperase demasiado tiempo para llegar.

El 6 países era una cervecería especializada en productos de importación. Allá por los ’90, encontrar un lugar en el que degustar Trappe, Spatten, Delirium tremens, Judas, Ye monks o infinitas marcas más que estaban allí a la vista… todavía era algo rarísimo.

Las posibles combinaciones eran tan tentadoras como infinitas: había cervezas tostadas, de triple fermentación, afrutadas… Resultaba difícil empezar por algún lado. Pero una vez roto el hielo, venían en cascada los aludes cerveceros. Entonces lo difícil era detenerse.

En el 6 países improvisábamos reuniones. Memorables por los buenos momentos que inspiraba aquel alcohol tan exótico como sabroso, pero también porque generalmente éramos un grupo dispuesto a moldear el mundo a nuestro antojo en aquel rincón amable en el que se detenía el tiempo.

Las tardes eran un soplo (etílico) y las veladas se complementaban con la otra especialidad del 6 países: sus tapas. También emulando la gastronomía de países más civilizados, centroeuropeos. Ofrecían ensaladas de pollo, de garbanzos, de repollo… pero además platos calientes. Con ellos resultaba posible imaginar que el frío era sólo un concepto que vivía allí arriba, fuera, en las calles maracandesas.

No era necesario ningún acontecimiento especial para zambullirnos de cabeza en aquella piscina tan golosa. Por ejemplo, sólo hacía falta que Eugenio LEJÍA insinuara o dijera: “¿Nos vamos a spattenear?” para que lo demás viniera por añadidura. Charlas, risas, complicidad, imaginación… Las horas muertas. Nosotros intencionadamente las asesinábamos, con (pre)meditación.

Por allí pasaron infinidad de amigos acompañando al espíritu inquieto que habitaba mi cuerpo. Con mayor o menor regularidad exprimíamos las tardes entre cerveza y comida. La creatividad vital era un zumo fermentado que sólo podrían explicar las paredes del 6 países. De quienes estábamos allí, nadie lo recordaría. Era de usar y tirar… como la vida misma. Alguna vez coincidimos en el 6 países con profesores de la Facultad de Filosofía, quienes también frecuentaban el local, aunque de otra manera. Nosotros, ajenos a su vida ordenada y regular, desde el fondo, entre las mesas, dejábamos escapar unas carcajadas que ellos sin duda oían desde la barra. Seguramente con envidia sana, porque en aquel reparto de papeles nosotros teníamos los más fragantes.

Eran la juventud, la inconsciencia, la creatividad aún no domesticadas por una madurez tan aburrida como amenazante. Alguna vez también celebré en el 6 países la fiesta del recibo, porque era inconcebible mejor inversión para el producto del trabajo que aquel trampolín hacia las estrellas.


 

 

 

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