1.  Invitación

   

1.6. La vida: entre happening y performance. La vida vuelve…

 

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La vida es un rescoldo, un pedazo de aquella vida que nos gustó y nos va consumiendo mientras tenemos la ilusión de poder volver a un pasado que –en el momento que vivimos– no disfrutamos por no saber que era la esencia de nuestra vida. Y se nos va apagando la última neurona, disuelta en alcohol, mientras sabemos que los paraísos (perdidos) siguen estando tan lejos como las botellas-mensaje que nos separan de nosotros mismos. La vida: compartimentos estancos comunicados por túneles secretos.

¿Acaso hay algo que se acabe? Si pudiéramos decir que algo alguna vez empezó… Sólo espejismos –sinónimo de oasis– nos acompañan el resto de nuestra existencia, sabiendo que todo es inútil: escribir, pensar, vivir… Todo menos la muerte, el último reconocimiento para una mañana gris frente al espejo.

Los momentos divertidos uno no se da cuenta de que lo son, de su verdadero peso, hasta que han pasado. Es la “distancia histórica” en versión micro. La vida es así de entretenida: cualquier puro trámite puede llegar a convertirse en algo extraordinario… como cualquier suceso excepcional puede devenir puro trámite. Sólo depende de tus ojos.

La vida tiene que ser una experiencia única con infinitos reflejos irisados de todas las vidas pasadas. Un constante descubrimiento, una sorpresa, una senda nunca antes transitada… pero recogiendo herencias innominadas.

Todo seguirá aquí tras mi marcha, sea ahora o dentro de 50 años. ¿Sirve para algo mi contribución?

Que quien estudie mi biografía, aprenda mil trucos para exprimir su vida. Que mi estela sobre esta superficie sólida inspire brisa marina. Formas de esclavitud, ni una: ni al estado, ni al trabajo, ni a la conciencia… porque si no, ni es vida ni es nada. La vida es la primera cosa fungible

Alrededor todo son flores de madreselva, ese aromático abrazo que te envuelve pero te asfixia. Un mundo dulzón, tentador como la mediocridad: la trampa cómoda que es dejarse llevar por una inercia natural, que estrangula. Este mundo te ahoga mientras te cautiva, con una especie de anestesia o hipnosis. Ablanda tu lucha para que no sientas dolor, para que no sientas la vida… pero tarde o temprano el dolor se acaba.

Siempre he considerado la inteligencia como un inconveniente para desarrollar la vida en toda su plenitud. El ser humano no deja de ser una enfermedad de la Naturaleza. Ésta es una de las razones por las que se acaba volviendo contra ella. Su condición de engendro y alteración le convierten en una mutación no deseada: incluso puede que fruto de alguna influencia externa… como dios o los extraterrestres.

El ser humano es un animal inconformista: por eso altera su entorno, se convierte en un elemento que transforma cuanto tiene alrededor en algo diferente. Una vez que lo ha hecho su mente ya se encuentra pensando en la siguiente transformación. Así “ad infinitum”. En su doble raíz de animal y racional se encuentra la semilla de su contradicción: como mamífero, debe tender a suplir las necesidades básicas; pero como ente racional, ha de encaminarse a transformar cuanto no le guste. Y siempre encuentra a su alrededor algo así.

La experiencia vital me ha enseñado que el hombre es más feliz en la medida que es capaz de ser más animal: esto convierte a la inteligencia en un obstáculo. Nada que ver con el atributo de “humanidad”: muchos animales la poseen en mayor medida que el hombre. Hay animales que son “buena gente”[1] y personas que tienen menos humanidad que un carro de madera.

La inteligencia posee un carácter estadístico como lotería: a quien le toca, le toca… sin más que hablar. Como las enfermedades, según los datos que circulan: un tanto por ciento de población[2] desarrolla una dolencia y otro tanto por ciento no. Más exactamente es una suerte negativa[3] y quienes nacen con ella deben resignarse a su condición. Por supuesto que tiene ventajas: un ser inteligente se desenvuelve mejor en tinglados burocráticos, por ejemplo. También en las relaciones humanas resulta un as en la manga de quien la posee. Gracias a algún truquillo psicológico pueden establecerse relaciones de poder con las personas; basadas en una aparente igualdad, eso sí… El ejemplo clásico es el de la chica guapa que se hace amiga de una chica no tan guapa: así queda realzada su belleza.

En la soledad de la propia conciencia siempre hay un poso de tristeza: es el precio de saberse superior y al mismo tiempo marginado[4] pues ¿cómo no sentirse apartado de una sociedad en la que prima la imbecilidad y nos gobiernan los disminuidos psíquicos? Una sociedad desarrollada alrededor de intereses personales, de los instintos freudianos de sexo y agresión… a su vez herencia de la animalidad antes citada. Y –en fin– de lo más inmanente que hay en este género… “humano”.

De la misma forma: ser inteligente o sensible es una desgracia en el entorno donde no caben este tipo de maneras de ser. Quienes tienen la desdicha de ostentar estos supuestos privilegios, habrán de recluirse en el mundo de su propia conciencia. O condenarse al exilio de una vida sin más equipaje que un reducto al margen del conjunto de la sociedad. Donde quepa uno mismo y un par de seres queridos. Lo demás: vivir en el centro de una gran ciudad, sometido a la tortura de soportar un inmenso contingente de seres primarios, básicos y simples… no deja de ser una pérdida de tiempo. Vivir dentro de la sociedad está bien para quienes se aburren, para aquéll@s que nada tienen que hacer… O para quienes buscan un pasatiempo inagotable, presto a poner inconvenientes y no dejar tiempo a la “existencia auténtica” que diría Heidegger.

Pagar facturas, hacer gestiones (inútiles porque se agotan en sí mismas), leer el periódico: no sirve más que para el momento en que se hace. Si se tiene algún anhelo de trascendencia[5]¿cómo poder vivir con el lastre inventado por otros, que sólo es una cortina de humo? Tras ella se esconde el miedo a enfrentarse con uno mismo, con la propia vida como proyecto. Por lo general la opción es la mera salida del paso, ir poniendo parches aunque mientras tanto “la vida se pasó sin darnos cuenta”[6].

Para que esto deje de ser evidente hay que mirar para otro lado. Buscar razones vitales que empujen a la lucha cotidiana en un entorno en el que el yo se enfrenta con el mundo exterior, que diría Fichte. Enfrentarse con la existencia de uno mismo es algo duro[7]: requiere en primer lugar una búsqueda de bases sólidas sobre las que comenzar el proyecto, que quizá nunca son sino esbozo. Esta provisionalidad continua jamás estará afianzada por completo, es cierto. Pero más o menos se encontrará apuntalada por unas directrices generales que son pilares básicos. Nunca axiomas o dogmas, pues siempre se encuentran sujetos a revisión.

Levantarse cada mañana es una lucha, un comienzo desde cero que nos permite recomenzar al día siguiente. Esta dureza sólo se ve compensada porque la vida así concebida se convierte en un viaje solitario… en el cual el protagonista se embarca sólo con lo puesto. Peregrino por la senda helada de la incomprensión humana.

Por lo general quienes viven así lo hacen por dos causas: sensibilidad e/o inteligencia. Al cabo vienen siendo dos cruces… de una misma moneda.

Esta manera de ser, este carácter eminentemente fuerte[8] sólo puede traer problemas. Un grano de trigo pasa desapercibido entre granos de trigo, pero salta a la vista entre lentejas. En este mundo de lentejas, ser grano de trigo es una desgracia.

Dicho todo lo anterior, no peco de vanidoso si digo que siempre me he considerado inteligente[9], motivo que a lo largo de mi vida me ha apartado de muchas cosas. No me arrepiento, ni las considero merecedoras de atención, esfuerzo o inversión de energía.

Sin embargo, es cierto que también me ha acercado a otras. Me ha llevado directamente al corazón de un mundo que desconocerán la mayoría de los lectores.

¿Acaso la vida es mejor que la Nada? La vida, ese bombón que nos endulza pero define por oposición la amargura. La vida al menos es más entretenida. La Nada sólo resulta la tentación de una paz que únicamente es vacío. Quizá desde una perspectiva esotérica la vida no sea sino una oportunidad que aprovechamos o no, sin pensar tampoco en rendir cuentas.

¿Acaso la Nada es mejor que la vida? La Nada, ese remanso teórico que nos exilia a vagar eternamente por lo desconocido. ¡Como si la vida no fuera ya suficiente exilio! ¡como si la vida no fuera la primera desconocida!

En el balance, cuando aún no tenemos suficientes elementos de juicio: sólo nos queda apostar por la diversión y el entretenimiento. Buscar nuestro juego y jugarlo sin remedio aunque a veces resulte aburrimiento. Disfrutar de mil formas retorcidas esta vuelta de tuerca.

Cualquier vida puede ser considerada como una pantalla en la que se van sucediendo proyectadas las distintas etapas del único espectador de ese cine: uno mismo, protagonista y espectador. Ante mi pantalla he visto desfilar muchas gentes, como cualquiera… no pretendo reflejarlas todas aquí, pues sería absurdo e interminable, además de gratuito. Esta obra trata de la gente inteligente[10], sensible y por eso: maldita e incapaz, que durante mi vida he ido viendo en esa pantalla.

Por estas páginas desfilarán en un abrir y cerrar de ojos personas aparentemente reales: han ido conformando mi existencia y encadenando mi memoria, a instantes irrepetibles y mágicos muchas veces. También dolorosos en ocasiones, cuando no traumáticos o irreversibles.

Hay fórmulas instituidas y aceptadas sobre las distintas etapas de la existencia humana. Tematizadas por la antropología e ilustradas por el común de los vivientes, en las ceremonias fronterizas de unas con otras. Así pubertad, matrimonio, muerte, nacimiento o cualquier otra fórmula de características semejantes, significa algo para todo el mundo. Todo ser humano las vive en mayor o menor profundidad… consciente o inconscientemente. En este segundo caso significa ser un instrumento de ellas, de la comunidad en la que se participa. Un elemento integrado en un mundo que abre los brazos a quien actúa pasivamente. En cambio el primer caso, una consciencia plena de la carga completa de un “acto de vida”, quiere decir ya que el protagonista se aparta por su talante de la comunidad en la que participa. Establece una distancia con respecto a quienes le rodean: se disocia, se divide en dos porque es un “yo” que participa del ceremonial (la pantomima de la vida) pero también es un “yo” que se contempla desde fuera y sabe lo que significa aquello que está haciendo.

Uno puede negarse al matrimonio pero no a nacer y/o morir. No a la propia metamorfosis casi kafkiana de su propio cuerpo. Pues bien, este libro narrará unas “memorias de juventud” sin que esto signifique que ésta ha terminado en su esencia: tan sólo lo ha hecho en su cronología.

La juventud como vacuna para/contra la vejez: sólo que el suero resulta sabroso y tentador... como que hay quienes no lo superan y sucumben en el intento. A mí me resultó tan divertido como propedéutico; esto último, a la inversa. Ahora me encuentro en una balsa, que es compensar con calma todos aquellos excesos.

La organización social prevé una serie de características en los individuos que comparten cada edad cronológica. Para ellos se prepara, con el fin de satisfacer sus necesidades y ofrecerles algo acorde con sus expectativas. No siempre acierta, la sociedad es bastante tonta[11] y va chapuceando sus errores como mejor puede… aunque bien es cierto que cada vez hace agua por más sitios.

En la juventud cronológica de mi vida, narrada en las páginas que siguen, he tenido a mi disposición (como todo el mundo) lo que se supone que me ha ido haciendo falta para desarrollarme como individuo en plenitud. Sin embargo, me resulta chocante, increíble, la carga de mentira que hay en el planteamiento anterior y que se ha ido proyectando en la pantalla de mi vida. Todo está contaminado de un hilo conductor putrefacto, la “segunda verdad” de Camus siempre latiendo. Pero no será de esto de lo que hablaré, sino de todo lo contrario.

Aparecerán personas cuya trayectoria vital será clara y diáfana. También las habrá oscuras en su actitud y en su esencia, cuya vida es como un día de niebla. Todos los que aquí aparecen, sin embargo, tienen algo en común: viven, han vivido en mis instantes y perduran durante esos momentos en los que revivo el pasado en el cofre de la conciencia.

Sin embargo esta obra es sólo un boceto. El germen de un proyecto más ambicioso: pretende elevar a categoría de divino todo lo humano[12]. En la vida todos vamos sacando el dios que llevamos dentro, eternizando momentos: quizá impregnan las paredes de edificios ya inexistentes, quizá surcan un viaje infinito hasta las estrellas que delimitan el final del Universo… De todas estas cosas se imbuye el presente proyecto: demasiado grande, inmenso para una sola persona y que corre el peligro de no ser abordado nunca.

Gloria efímera de la belleza fungible, vida y arte identificándose en la ignorancia de quienes nos rodean. La sociedad por definición siempre es conservadora: se convierte deliberadamente en una especie de entorno hostil para quien desea crear. Así se perpetúa (cacatúa) en sus males, en la inercia de seguir tal cual, en la entropía. Es una pose falsa, pues de sobra conoce la sociedad sus carencias y defectos: aunque juegue a ignorarlos para conjurar su existencia.

En el otro lado del péndulo se encuentra quien plasma sus anhelos en obras, aunque el mecanismo social esté sólo atento a la producción de bienes, al enriquecimiento material. La Historia nos enseña, sin embargo, que la sociedad no es perfecta. Quienes anticipan sus cambios –artistas y pensadores– finalmente no son sino precursores de lo que vendrá: hacer oídos sordos a sus planteamientos es prolongar la agonía de un presente imperfecto, postergar un futuro inevitable.

El precio que debe pagarse es la incomprensión del artista: el jueguecito de siempre, tal como decía el propio Machado, “al cabo nada os debo, me debéis cuanto escribo…”, no hay compensación posible. Para hacer arte es imprescindible cubrir el expediente de un trabajo socialmente reconocido, pues no es arte el que consiste sólo en ser contestatario y sacar defectos obvios de una sociedad. Ésta sólo puede eludirlos amparándose en la doble moral y la hipocresía.

¿Y yo? ¿Cómo pude alguna vez siquiera imaginar en mi euforia que todo puede salir bien? Es un conjunto en desequilibrio: confiar que el resultado nos sea favorable es pretender ignorar la evidencia. En esta inmensa injusticia, sería como querer convertir la magia en ley científica.

Toda la existencia aprendiendo a conmorir junto a esta traidora: de ojos tristes como un lunes, de puñaladas traperas… la vida, que perfectamente podría denominarse “el mal mediterráneo” por su inmenso atractivo. Tienta a la autodestrucción por su alto contenido en mierda, por el hombre siempre alrededor estropeando una esencia viciada sin remedio. Quien haya sido alguna vez devoto o siervo de la vida, sacerdote ejerciendo pleitesía… sin duda conoce el pago de sinsabores que les espera a los incondicionales: a quienes se complacen siendo esclavos de la vida.

En las páginas que siguen estarán reflejadas tantas maneras de evadirse del feo mundo que nos ha tocado vivir como personas aparecen en ellas. Se trata de una generación intermedia, heredera de un progresismo de los sesenta que –ahora salta a la vista– no era sino pose: una herramienta más para dejarse atrapar por ambiciones personales. Pero esta generación tiene en sus cromosomas una carga idealista que va más allá del “dos más dos cuatro” que nos dictan las leyes (también las del mercado). En los años que voy a narrar, los acontecimientos tenían un trasfondo revolucionario consistente en no dejarse atrapar por la materia. Ya veremos cómo algunos han olvidado esto para abrazar los “paraísos artificiales”[13] de los que Baudelaire resulta excepcional cronista.

No dejarse atrapar por la materia es algo más que tontear con otros mundos que están en éste. Es no depender de necesidades ficticias, no ser carne de publicidad ni creer en un mercado de trabajo que sólo busca exprimir al hombre. El marxismo es un chiste malo que sólo ha servido para poner en guardia a los capitalistas. La evasión real es la actualización de Bukowski en una forma híbrida de vida y arte. Sin anclajes, con amplitud de miras.

Es una generación intermedia, heredera también de Kerouac y otros malditos caminantes. Íbamos ostentando (sin saberlo) nuestra salud y juventud por el medio de la calle. Una generación dispuesta a dejarlo todo en cualquier momento, para cambiar a otra vida cuando la que llevan no les satisface.

La actualidad es bien distinta: en los ’10 sólo se ven hormiguitas ambicionando un puesto fijo o un sueldo a costa del estado. Acumular leves beneficios que les permitan una vida estable y previsible. Huir de la aventura parapetándose en la propiedad privada. A la generación que me refiero, de la que contaré vida y miserias, le han hecho el bocadillo entre los “progres” de los ‘60 (ahora poderosos) y las “piececitas” de los ‘90: esclavos al servicio de lo establecido y extraviadas las instrucciones del cerebro entre la infinita oferta audiovisual.

Mundos paralelos: cómo las gentes del pasado van apareciendo en el presente, transmutadas en otra cosa, metamorfosis que desde mi cristal se lleva a cabo.

Si los artistas son replicantes, aquí van estas semillas de protesta. Para que no se pierdan como lágrimas en la lluvia.

Más que de haber vivido mucho o haber vivido poco (algo absolutamente relativo)[14], de lo que se trata ahora es de encontrar una forma grata de transmitir semejante contenido. Hacer llegar al lector una existencia ajena sin aburrirle: que se implique, vea reflejada en el libro su juventud perdida… y que coteje lo que aquí se cuenta con su preciado tesoro de pasado ya irrecuperable.

Precioso por fósil, digno del tiempo empleado en él por lo que regala con su existencia. La vida como desgaste: cuanto más vieja, más cansada y podrida. Mi vida como creatividad: cuanto más larga, más experiencias para glosar.

Mientras tú dices con voz de Loquendo: “Tanto remar para morir en la orilla”. Si mueves adecuadamente un poco de líquido en el fondo del vaso… verás el yin y el yang. Es cuestión de ritmo, sólo eso, contemplar la armonía del Universo.

Y otra vez… vivir como la aventura que es.


 

[1] Como decía el protagonista de la película Dersu Uzala.

[2] Varía según la enfermedad.

[3] Igual que la de Borges en el cuento La lotería en Babilonia.

[4] Ya lo decía la Generación del ’98.

[5] No ya en el tiempo, simplemente un afán natural de no agotarse en los hechos.

[6] Como en la canción de Pablo Milanés.

[7] En El lobo estepario de Hesse está bien claro: “Teatro mágico. Sólo para locos. La entrada cuesta la razón. No para cualquiera”.

[8] En un sentido no claudicante.

[9] Más bien me insulto, por declararme incapaz de vivir como se supone que debe hacerlo alguien que ha sido preparado para ello sin pensar un poco más de lo debido.

[10] Aunque también aparezca su opuesto, como recurso literario.

[11] La sociedad, no lo olvidemos, tiene dos vertientes: la circulante y la heredada. La primera se plasma y nos llega cotidianamente, con sus miserias y sus grandezas en el trato humano indispensable para sobrevivir. La segunda es algo consuetudinariamente heredado, jurídicamente plasmado y moralmente vinculante en esta cultura tan preocupada por las opiniones ajenas.

[12] Como un atemporal discípulo de Feuerbach, sin necesidad de haber llegado a conocerle personalmente.

[13] Esta generación ha tonteado con todo tipo de experimentos psicoactivos: drogas para potenciar la imaginación, drogas para buscarse a uno mismo, drogas para construir un entorno de tolerancia, drogas como pretexto para relaciones sociales desinhibidas, drogas con las que compartir la crítica del mundo, drogas para conocer a los demás en facetas insospechadas…

Nada tiene que ver con la imagen que desde el poder se nos da de las drogas, esto también ha cambiado desde los últimos 30 años. Las drogas ahora sólo son el escape, la huida de un fin de semana para poder seguir anestesiados el resto del tiempo. El ‘soma’ de Huxley. Contribuir al mecanismo putrefacto del mercado de trabajo, ante todo sin pensar: esta es la actualidad, pero no eran los ‘80.

Ahora sólo tiene sentido la droga como negocio: engordar las cuentas de los poderosos, quienes con una mano recogen los beneficios mientras la otra extiende su dedo acusador. O se la echan a la cabeza. Poner el cazo a costa de lo que sea, engordar cuentas corrientes y morales marchitas en nombre de unas herencias de tabú que como nadie ha desenmascarado Escohotado.

[14] La vida como algo que se va haciendo día a día. Como cualquier libro de memorias, una hucha de ideas al vuelo.

 

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