3. Mis memorias: declaración desnuda de intenciones; objetivos

   

3.2. c)

Sobre la efectividad de mi disfraz de persona normal

 

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Tengo que comportarme como un impresentable: es la manera de pasar desapercibido. Seré inofensivo y muy peligroso, pero sólo en mis Malas memorias.

Juego a ser el de antes, o el de nunca. Cada elección nimia, de menú o de lectura: es el inicio de otro mundo, de realidades que dejan de ser alternativas.

Desde el ’85 veo la tele como quien mira un espejo, un armario o un frigorífico. La veo, no la miro… está apagada.

Entre tanto disfraz, no sería necesario aclarar que jamás he tenido seguidores, ni he sido referente deliberado y consciente. Como Diógenes, he tendido a apalear a quien osó declararse mi discípulo: si alguna vez fui vuestro unicornio azul, he desaparecido mientras pastaba.

A veces me gusta hacer cosas de mala educación, pero más por costumbre que por contestatario.

Para la más simple supervivencia, sabed que hace tiempo decidí ponerme las gafas de la felicidad: aquéllas que destierran del campo auditivo las palabras “siempre, nunca, todo y nada”. El mágico resultado que provocan, la majestuosa aportación de su uso es otorgar otra perspectiva, pues te hacen ver la vida de otra manera: menos absoluta, más real.

Como último recurso siempre queda una idea: coger el primer autobús que pase y marcharme… a un lugar en el que no conozca a nadie. Aunque sólo sea como una bala en la recámara, resulta una hipótesis tranquilizadora, una variante del suicidio, una segunda oportunidad… es un sueño de independencia y soledad, un impass de vida alternativa; por eso puedo decir sin sonrojo y con metáfora de color azul marino que si alguna vez desaparezco de la tierra, me busquéis en una isla griega[1].

La razón por la que generalmente me disfrazo de persona normal es bien sencilla: me gusta sorprender. Atrás quedaron los tiempos en los que pretendía hacerlo con uñas pintadas o pelo teñido, cabeza afeitada… cada vez resultaba más difícil elevar el listón, así que mejor ahora, intentando sorprender desde la sencillez.

Aparte de esos juegos psicológicos de escapismo, todo sugestión: hay que buscar el doble fondo de la maleta que es la vida. Puede que me guste ser viejo y sorprenderos con lo juvenil de mi espíritu: inesperado pero no artificialmente forzado, doblemente sorprendente por eso… Como puede que me guste disfrazarme de burgués o de rico sólo por romper los frágiles esquemas de quienes lo creen todo previsto. Para que después encuentren lo inclasificable escapando de lo previsible: para mí resulta disfraz inevitable, aunque sea de los que pudieren costarme la vida…


 

[1] Entonces seré un remedo del niño perdido y hallado en el templo: salvando todas las distancias.

 

Sonido

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