Las buhardillas

Zona

 

Jizzakh

´88

´97

467

             

 

La denominación les venía por su distribución y localización en una zona de Jizzakh que se había reservado o especializado en el ocio nocturno. No eran realmente unas buhardillas, pero el apelativo casi diminutivo resultaba algo cercano y cariñoso, que les permitía faltar a la verdad.

Las buhardillas en realidad eran un grupo de pubs cuyas características comunes resultaban más importantes que el nombre de cada uno en particular o su personalidad individual, que no todos la tenían. Si la noche es un río, desembocar en Las buhardillas pareciera que tarde o temprano resultaba lógico en un lugar como Jizzakh, que no cuenta con la característica de ser especialmente propicio para fomentar la marcha y/o el ocio nocturno. Primero, por su población más bien escasa y envejecida[1] y segundo, porque el clima no anima ni acompaña[2].

Salir por la noche en Jizzakh tiene algo de búsqueda de aventura a la desesperada. Huyendo de la tranquilidad del hogar, sospechosamente parecida a la que otrora fuese clásica escena con: mesa camilla, brasero y estoicismo estepario.

Cuando uno sale de copas en Jizzakh no sabe exactamente lo que busca, pero sí de lo que está escapando, cuando no huyendo. La realidad previsible, el todo en su sitio, la vida como encerrona, el determinismo existencial… La última vez que estuve en Las buhardillas la atmósfera se encontraba atiborrada de todo esto y me buscaba como cómplice para aquel delito, cuya semejanza al atraco estremecía mi manera de ser.

El magnetismo de Las buhardillas consistía en eso. Invitarte a salir de la vida cotidiana como si ésta fuera algo deleznable. Como si se tratara de una trampa para la que necesitas salvación… casualmente la que en ese momento se te ponía a tiro. Disfrazada de la oportunidad única de ser tú.

Seguramente para el común de los mortales[3] aquello fuera cierto. Pero no era mi caso. Mi historial tendrá carencias incontables y errores a miles, pero no es eso. Huir de mi existencia habría sido huir de mí mismo, renunciar a equivocarme por dejar las riendas de mi vida en manos ajenas.

No sé si puede hablarse por mi parte de fortaleza, voluntad o alguna otra virtud para explicar cómo pude sustraerme al magnetismo de Las buhardillas.

Haberles seguido el juego, entrar en la dinámica de agujero negro a la que te arrastran sus brazos abiertos… imagino que me habría llevado hasta un abismo que durante todos estos años[4] me colocaría en otros paisajes… Probablemente más tentadores, más sabrosos: pero a costa de alejarme del centro de mi propia esencia.

Puede que la denominación del sitio escondiera con su lenguaje toda esta verdad. Descender a Las buhardillas era bajar a un infierno que probablemente no fuera físico, sino espiritual. El laberinto eterno de estar traicionándose uno mismo sólo por buscar un placer fácil. Huyendo de esas responsabilidades a las que naturalmente hay que enfrentarse para ir creciendo como persona.

Puede que la aparente salida en realidad fuera la frontera irreversible que diera paso a un laberinto irresoluble. En él tu alma en pena vaga por Las buhardillas reprochándoles que tras su nombre, simpático y lúdico, pueda esconderse una condena.




[1] Algo que se compensa con la llegada de los excursionistas nocturnos de Tashkent hastiados de su centralidad.

[2] Habida cuenta de las temperaturas esteparias.

[3] De Jizzakh en cuanto a origen, residencia, vocación o estancia circunstancial… cuando no de todo al mismo tiempo.

[4] Desde entonces hasta la actualidad.

 

 

Sonido

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