Sexo

     

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INTRO (DUCCIÓN)

Resulta tan lógico como fácil de entender: el mundo del sexo tiene una característica fundamental entre las muchas que lo constituyen, que es su transversalidad. Con esto quiero decir que no se trata, ni aquí ni en la vida, de un compartimento estanco alejado del resto de la realidad. Al menos así lo he experimentado yo.

Quienes lo entienden como algo apartado, a mi parecer lo privan de una de sus señas de identidad más básica. Porque el hecho de que sea transversal hace que se encuentre latente, agazapado o posible en cualquiera de las facetas humanas[1] que las infinitas dimensiones de la realidad nos ofrecen cotidianamente.

Donde menos se espera, salta la liebre. Puede aparecer de improviso de manera inesperada una “oportunidad sexual” por así llamarla[2]. Nuestra reacción será de aceptación o rechazo, en función de los valores humanos que nos muevan. El sexo no los provoca, sino que los hace aflorar.

Muchas veces dicha reacción nos sorprenderá a nosotros mismos, descubriéndonos en facetas hasta ese momento desconocidas. Nos ayudará a saber más de nuestra manera de ser, conocernos. Aunque en ocasiones esto signifique algo desagradable o que nos provoca rechazo: un autoasco con el que tendremos que acostumbrarnos a convivir en el futuro[3].

Lo fundamental del sexo es que apela al egoísmo más primario. Es la búsqueda de la propia satisfacción con el placer propio e inmediato, dejando en un segundo plano cualquier otra consideración. Domesticarlo requiere un alto grado de civilización. Quien no lo consigue, simplemente demuestra ser un animal[4]. Pero quien lo consigue en mayor o menor medida, lo convierte en una herramienta de comunicación, en la mascota del amor.

El sexo posee una voz dulce y nasal: envolvente. Como a toda mascota, le prodigamos nuestra ternura. Esto significa que cuando llega el caso de ser algo compartido, posee un camino de ida y vuelta. La ternura nos retornará crecida, multiplicada[5].

En otras palabras, el sexo sería la moneda con la que somos capaces de poner en circulación un capital humano, sentimental. Facilita las condiciones de posibilidad de la felicidad. Bien es cierto que se trataría de mera especulación[6] visto desde una perspectiva estrictamente científica. Pero ahora hablamos de sentimientos. En este otro ámbito, los castillos en el aire proporcionan un suelo sólido a todas las personas implicadas. Por tanto funcionarían igual que lo hace el llamado “método piramidal” financiero.

Sólo que aquí los beneficios son infinitos y surgen de la nada. Resulta casi un milagro que funcione, pero lo hace a cada instante. Y lo seguirá haciendo en la medida que todos los seres humanos implicados sigan confiando en que lo hará. No hay límite, ni legalidad que pueda impedirlo.

ANTECEDENTES

A lo largo de mi vida las cuestiones sexuales han tenido un puñado de características fácilmente comprensibles y que dan una idea del conjunto y los motivos por los que dichas cuestiones han tenido su desarrollo concreto y no otros posibles o alternativos. Cronológica y jerárquicamente, lo primero en importancia es la carencia educacional sobre el tema.

Haber nacido en plena dictadura en una familia al uso, con educación tendente a silenciar todo lo que tuviera que ver con el sexo como pecaminoso o perjudicial.

Haber estudiado bajo el yugo de la religión (con toda su carga valorativa) hasta los 14 años.

Ya dejan claro que de normalidad, nada.

Puede que fuera la norma social, pero no lo sano ni aconsejable. Dentro de la Transición existe un “año de la apertura” en este sentido. Integración paulatina y progresiva de las cuestiones sexuales en la vida cotidiana gracias entre otras cosas al “destape”.

Para mí el de apertura fue el año ’79, porque empecé a estudiar en el Instituto Tele Visión, con lo que eso llevaba aparejado. Compartir clase y centro con chicas. Ahí es nada para alguien como yo, que procedía de los Franciscanos.

Así que con el silencio en casa y Radio Macuto en el instituto, puedo decir que el sexo fue otra más de mis chapuzas. Revistas, charlas y datos muchas veces contradictorios que anidaban en mi mente de una manera desestructurada. Todo eso se sumaba a la falta de interlocutores válidos con quienes compartir dudas e inquietudes. Mi imaginación funcionaba ajena al mundo real, era una esfera totalmente imposible por definición.

De ahí que mis planes para el sexo hayan estado casi siempre postergados. Muchas veces por eso y otras por el respeto hacia las implicadas y sus posibles negativas. O los pensamientos de rechazo que pudieran generar en ellas. Si tuviera que rastrear entre las telarañas de mi memoria el primer contacto que tuve con el mundo de mi propio sexo[7], me remitiría a la intimidad de la ducha, allá por los 11 ó 12 años: “Con la luna madre, con la luna iré, con el sol no puedo que me quemaré…” –cantaba el folklore en la radio mientras tanto.

Traspasar una frontera sin posible vuelta atrás, independientemente de las culpabilidades aprendidas en una sociedad tan castrante como era aquélla. Pacata y represora, pero plagada de doble moral. Aquel cambio de actitud en mí daba origen a una nueva manera de relacionarme con el mundo, si se quiere decir así. Porque significaba iniciar una especie de gymkana que empezaba con los besos y acababa con el polvo.

BESOS

Algo teleológico que requería determinadas habilidades en cada una de sus etapas. Aunque fueran considerados como mero instrumento intermedio o menor, para mí los besos eran sublimes y pintaban el panorama con un color incomparable. Por eso, no por el hecho en sí, siempre he echado de menos los morreos adolescentes.

Nunca he considerado el beso como algo inicial o una herramienta gracias a la que conseguir objetivos más ambiciosos. Nunca me ha parecido algo “menor”. Para mí posee un valor en sí mismo, aunque sea fugaz y fungible… o quizás precisamente por eso. Constituye todo un lenguaje, un mundo. Termina enseguida, como pueda hacerlo una estrella fugaz… pero deja un poso indeleble, irrepetible. Un beso no tiene vuelta atrás, no se puede “desdar”. Y no puede darse de otra forma como se hace. Si se requiere rectificación, ya será con otro beso posterior.

Resulta sin duda una forma de comunicación sin parangón. Deja al resto de los lenguajes allá abajo, sobre la corteza terrestre… mientras él se eleva hacia el espacio exterior. Años-luz le separan del pobrecito entendimiento humano, incapaz de darle alcance.

Quizás sea éste y no otro el motivo de que en la Facultad de Filosofía haya una asignatura llamada Filosofía del lenguaje, pero ni por soñación exista la Filosofía del beso. Ésta se encontraba, como ya puede imaginarse, desperdigada, inaprehensible: entre las chicas y la noche, retándome a ser investigada.

Mi tendencia, mi propensión era a alterar vidas monótonas: irrumpiendo en ellas para descolocar coordenadas… aunque sin saber muy bien qué hacer después. ¿Esperar a los obreros? Mis cientos de amagos de historias con chicas han tenido casi siempre este esquema.

Es que en cuestión de parejas, a veces desde fuera se ve tan sólido aquello que desde dentro se ve tan frágil… y sin embargo ¡qué difícil para los cónyuges romper el vínculo! Quizás sólo por la inercia, la pereza de empezar todo de nuevo. Diferente cuando hay alguien al acecho. Entonces fácil porque ya no es empezar de cero, sino establecer sustitutos.

Pero cuando ocurre ¡qué clarificador para los espectadores! Ésos mismos que piensan: ¿cómo no me di cuenta antes? Aquel gesto, aquella escena no era excepción sino síntoma… ¡qué fácil el diagnóstico a toro pasado!

FOLLAR

Por fortuna para mi formación autodidacta, la Naturaleza me ha dotado de una característica: siempre he sido un experto para detectar chicas receptivas en el entorno. No así para conquistar las chicas detectadas… quizás por eso soy tan imperfecto.

De esa época en la que podríamos llamar “el tiempo de los intentos”[8], hay algo característico y que delata la carga de responsabilidad que conllevaba todo aquel mundillo para mí. Para aquel adolescente había algo determinante… el miedo a follar, al menos a hacerlo mal. Y es que para él (¡pobre!) follar era algo excepcional. Aunque pensara que lo era por sublime, en realidad resultaba excepcional por lo poco que lo hacía.

Y debido a su miedo a ser pacatas… ¡atención!: aquellas relaciones acababan siendo libertinas. Aunque fuera un aprendizaje difícil por no tener más puntos de referencia reconocidos que las propias experiencias y los testimonios ajenos[9], para mí resultaba adictivo. Ir catalogando, cartografiando mentalmente las experiencias y los aprendizajes resultaba infinitamente más enriquecedor que cualquier coleccionismo de objetos.

Se trataba simplemente de dar con la combinación adecuada que abriera alguna de aquellas cajas fuertes. Precisamente las que estaban cerradas eran las más atractivas y tentadoras. Quizá sólo por eso, por el reto que significaba su imposibilidad. Además ya se sabe: una vez abierta, todos sus tesoros vendrían de golpe. Una catarata sin mesura (precisamente lo pretendido).

Así es la adolescencia, una variante carnal del atraco. Así el tesoro carnal de las chicas: una caja de caudales, un banco.

Mis peregrinaciones por la extensa e inmensa noche maracandesa iban buscando unos ojos llenos de deseo, unos ojos que a su vez buscaran ojos. Es el misterioso código por el que se reconocen sin hablar los habitantes de ese planeta en el que se respiran feromonas… está en el nuestro y no se ve, pero yo lo percibía. Una vez fui experto, aunque ahora ya sólo sea un mirón intruso en ese mundo resbaladizo.

Peregrinaciones que resultaban una tarea por definición inagotable. Quizá por eso mismo más tentadoras que cualquier droga dura. Al revés que éstas, tenían vida propia… aunque compartieran nombre de mujer. Poco importaba el resto del mundo, carente de sentido en ausencia de un sentimiento que pudiera colorearlo.

ELEGÍA PROSAICA A LA FUGAZ MUJER-ESTRELLA

Sólo tú y yo lo sabemos en secreto. Contra todo pronóstico, contra toda circunstancia, tendríamos que habernos follado aquel día en el camarote… medio tango y medio hermanos Marx.

A favor del encuentro fortuito en la calle, tan bien de que no recuerdo ni tu cara, pero aquel magnetismo me pone cachondo…

Del camarote sin barco me quedó el espejismo de un amor marinero.

La apuesta era al todo o nada. Aunque esto incluyera experiencias límite, sugeridas muchas veces por el entusiasmo del momento[10].

Basten dos ejemplos:

1) Nunca he ido de putas, pero una mamada me costó unos billetes allá por el ’92. Mientras ella me comía la polla gratis, el cajero se comió el dinero por no cogerlo a tiempo…

2) Porque me agrada el riesgo. Aunque reconozco que la ciencia tiene sus tendencias a descubrir efectos nocivos de la pérdida de consciencia durante el orgasmo. Porque quizá sea un poco como follarse a la muerte por la puerta falsa… he llegado a cometer la osadía de masturbar a una conductora en el ejercicio de sus funciones, en pleno viaje… cosas que sólo se hacen durante esa belleza extraña que nada tiene que ver con los guapos. Una belleza inaprehensible que se ha dado en llamar juventud.

CONCLUSIONES

En fin, todo este recorrido virtual por los paisajes del sexo entre el ’76 y el ’99 posee también un carácter de continuidad. A pesar de ser muchas veces meros destellos en plena oscuridad de las conciencias implicadas. De ahí que pueda salvo involuntaria omisión, elaborar una lista de doncellas y no tanto que durante el memorable pasado fueron por (buena) ventura exploradas, para constancia de la posteridad postrera y escarnio de envidiosos comeuñas… que siempre los habrá.

Si, como pensarán algunos, de alguna manera me las estuviera follando en el recuerdo… sería como penetrar a una muñeca hinchable: sólo por placer egoísta. Sin su consentimiento, sería un pasado imposible. No me interesa. Quede el tiempo como ha sido, con sus mensajes en todos los planos.

Todas y cada una de ellas tienen su entrada correspondiente entre la carrocería de este vehículo que es mi vida. Con ello queda plasmada mi creencia de que el mundo del sexo forma parte de una comunicación con entidad propia. Va más allá del resto de los lenguajes y no se deja capturar por ellos.

Aplicable a cada una de las del listado[11] que se libró de mi penetración… Pienso probablemente sin razón: “¡Qué distinta habría sido mi vida si me la hubiera follado!”

Por muy resbaladiza[12] que haya sido mi experiencia sexual con una mujer, siempre ha tenido su anclaje comunicativo previo. Así como sus consecuencias o prolongaciones hacia el futuro. De una relación casi siempre inclasificable por lo experimental: quizás por ambas partes, pero al menos por la mía. Huelga decir que el tiempo, la voluntad y las circunstancias han acabado relegándolas todas al recuerdo… o al olvido.


 

[1] Tanto las individuales como las compartidas.

[2] Un momento de inspiración verbal puede reportar grandes beneficios sexuales, sin ir más lejos.

[3] Como decía aquel personaje de la película Fresa y chocolate en un monólogo magistral: “¿Me estaré volviendo un hijoputa?”

[4] En el peor de los casos –la violación– la animalidad le acredita como incapaz para vivir en sociedad. Un violador no es otra cosa que un dictador en ‘petit comité’. Alguien que en otras circunstancias sería capaz de sojuzgar a los seres humanos por millones, a la Humanidad completa. Una escoria.

[5] Sería paralelo a lo que en economía se denomina ‘multiplicador bancario’: la capacidad que tienen las entidades implicadas de manejar un capital muy superior al que poseen realmente. Algo así como la multiplicación de los panes y los peces, pero en versión científica.

[6] De ‘speculum: en latín, espejo.

[7] Más allá de los orgasmos del bebé que postulan las teorías freudianas.

[8] Citando a Silvio Rodríguez en su canción Sólo el amor, del disco Cuando digo futuro.

[9] Siempre desconfiables por provenir de machitos.

[10] Dormir/acostarme inofensivamente con tías: Macarena Ref. Jesús Rocker, Araceli del BALANCE, Marielo SOPA, Conchi Prima, Margarita ARROZ, Nadia Ref. Pilla Yeska, Brenda VAYA, Araceli BÍGARO, Araceli BRUMA, etc… más o menos, sin hacer nada.

[11] Véase el cuadro BBL

[12] En el sentido amplio de la palabra.

 

 

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