Alejandro

PINCHO

   

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Conocí a Alejandro PINCHO haciendo el C.A.P., una de las más institucionalizadas pérdidas de tiempo que haya podido inventar el ser humano. Todo el mundo era de esta opinión… pero el C.A.P. seguía siendo obligatorio al terminar la carrera, para poder acceder al mundo laboral de la docencia: mediante oposiciones para plazas de enseñanza pública.

Resultaba francamente difícil no sucumbir a lo soporífero del tema, que estaba dirigido casi o en su totalidad por pedagogos, esa especie que se perpetúa[1] a fuerza de machacar la cabeza a la sociedad explicando lo imprescindible que es ella misma como especie… para seguir machacándola, no para otra cosa.

Por aburrimiento, yo llevaba la contraria y ponía objeciones al pedagogo de turno: esto me granjeaba simpatías entre el público, que veía en mis intervenciones una especie de oasis para el desierto de las clases con las que nos torturaban a diario. Digamos que yo lo hacía por aburrimiento y el público me lo agradecía por misericordia… hacia la habilidad con la que yo buscaba temas para polemizar en aquellos cerebros bajo mínimos que impartían el C.A.P.

Alejandro PINCHO era uno de aquellos compañeros que disfrutaban, según declaraba, de semejante aire fresco en medio de la estepa[2]. A la salida de dichas interminables sesiones de vacuidad, solíamos charlar acerca de los detalles del asunto: mortificándonos sobremanera, por lo que pronto cambiábamos de tema.

Alejandro PINCHO era una de esas personas que combinan el gesto y los rasgos físicos de dureza con un carácter afable, lo que en un primer momento transmite una impresión contradictoria. Después, al tratarle… uno se daba cuenta de que su físico aparentemente antipático sólo era una anécdota. Se trataba de una persona ocurrente, ingeniosa e inteligente. Su gran pasión era el cine. Por la Psicología sentía un típico conflicto de atracción/repulsión, tal como suelen llamarlo ellos.

En otras palabras, era más bien heterodoxo y descreído de su propia disciplina. Por este motivo se podía hablar con él, a diferencia de otros de su gremio. Durante la histórica noche en la que salí de copas con tres alejandros, él formaba parte del triunvirato. En general Alejandro PINCHO era un tío que aportaba ideas: resultaba una buena compañía… entretenido, del que se podían aprender cosas interesantes sin necesidad de recurrir a tópicos ni superficialidades.

Desapareció de Samarcanda: se marchó hacia el mundo de la docencia como quien se va al desierto, previas oposiciones. Se llevó su título, los carteles de cine que habían decorado su piso de estudiante y la novia de la que siempre hablaba pero a la que jamás llegué a ver… todo eso: hacia su nueva vida de adulto formal, con la cabeza bien amueblada.

Otros, en cambio, nos quedamos en ese terreno de nadie, siempre precario: no tener en la vida unos objetivos diáfanos y accesibles. Es lo que ocurre en general con la claridad de la utopía.



[1] Rima con “cacatúa”.

[2] Dicho sea metafóricamente, en las frías tardes invernales.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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