Araceli BRUMA

Gullston

´85

´97

609

 

Araceli BRUMA tenía algún tipo de problema con su virginidad. Nunca supe cuál, porque jamás llegó a dejarme traspasar esa barrera himénica tan semejante a las pegajosas telarañas de las circunvoluciones cerebrales.

El primer destello de nuestro mutuo conocimiento fue durante el ’85, con el principio de la carrera… aunque hasta un par de años más tarde no empezáramos a intimar… cuando ya había pasado el primer impacto de mi ego contra el muro de la Filosofía. Antes de empezar el verano del ’87, Araceli BRUMA se acercó a mí mediante un café compartido en el Gusano, durante el que constatamos nuestra cercanía espiritual: ésta nunca llegó a ser material más que en el universo de los besos, las caricias y las miradas compartidas… ¿acaso éstas son materiales?

Describiré los hechos objetivamente. Hubo un tiempo en que estuve enamorado de Araceli BRUMA, es cierto… la distancia entre su casa (de ellas) y la mía (de mis padres) se medía por la duración de un cigarrillo. Justo la misma distancia que me separa ahora del contenedor de la basura.

Pertenecer Araceli BRUMA y yo al universo de la Filosofía, compartir infinitas noches de investigación antropológica, entre infiernos con nombre de bar (o al revés)… nos convertía en compañeros de fatigas, en espíritus afines. Quizá por eso Araceli BRUMA, con sus “pisamierda” de color lila, llegó a pensar que yo podría ser el antídoto de su cuerda (de atar) locura. Quizá por eso[1] llegué a vislumbrar el espejismo de que Araceli BRUMA pudiera ser el puente levadizo que me llevara hasta la realidad misma.

Confiando en exceso en la capacidad comunicativa del lenguaje no verbal, jamás llegamos a confesarnos el objetivo individual de cada uno por separado, que era el mismo: pasar a formar parte del mundo de los vivos, lejos ya de lirismos y literaturas. Era la magia en la punta de los dedos. Sólo un salto cogidos de la mano, perder juntos la virginidad… y habría nacido el mundo.

Pero una falta de coincidencia en las dimensiones comunicativas hizo que la oportunidad se volatilizara, que nuestros cuerpos no llegaran a juntarse íntimamente… desterrando con esta ausencia la comunicación total. Dejando la nuestra tan incompleta como perfecta… pero sólo en la posibilidad.

Traspasado el ecuador, comenzó el declive. Estudiábamos juntos, le escribía poemas, íbamos los viernes al supermercado… pero la chispa se apagaba. Quizá por eso Araceli BRUMA me escribió una vez: “Ten en cuenta que –a pesar de todo– trato de quererte”. A mí me habría gustado leer: “Sobre todo, ten en cuenta que te quiero”.

Para que el lector pueda tener una idea más o menos ajustada de los hechos, tengo que explicar que en nuestras veladas de intimidad, en nuestras sesiones de respeto compartido, Araceli BRUMA nunca llegó a quitarse los calcetines. ¿Tan importantes eran sus pies? Aunque quizá la explicación era sencilla, plana, inmediata: no lo hizo por miedo a tener unos pies de los que yo pudiera enamorarme. Como en la canción de Silvio Rodríguez, Araceli BRUMA tenía “aire (de) bailarina”… tal como dijera acertadamente Manuel Alejandro RAPHAEL, quien también llegó a tener sus oportunidades desperdiciadas con Araceli BRUMA.

A fuerza de esperar el momento perfecto… el tiempo se fue, se nos fue. Semejante abismo resultaba insalvable, sin duda, como el tiempo se encargó de demostrar. Si hubiéramos sabido lo que sabemos ahora del comportamiento humano, a buen seguro aquella situación no se nos habría escapado. Pero ahora estamos lejos y totalmente alejados.

Sólo lo explico como propedéutica: por si pudiera resultar de utilidad para algún futuro humano, para algún humano futuro. Fueron eternas las veladas compartidas, infinitas en contenidos, aunque incapaces de convertirnos en una pareja de hecho. Quizá por ser ambos, cada uno a nuestra manera, imposibles de clasificar, de explicar y/o compensar… al menos, tal como suele hacerse con el peso de un corazón en la balanza. Aunque llegara a forrarle un día… no uno, sino los cuatro tomos del diccionario de filosofía.

Para el ’91, Araceli BRUMA había encontrado una forma de salir de aquel impass, aunque quizá se tratase de más de lo mismo: Joaquín Pedagogía, un pedagogo tan risueño como descerebrado, había conseguido fregarle a Araceli BRUMA los cacharros del desayuno… con mucho jabón, como a ella le gustaba. Aquella fue la sensación definitiva de que nos habíamos perdido la pista: un café en casa de Araceli BRUMA[2] era síntoma suficiente para cualquier analfabeto en el lenguaje de los símbolos.

Después las distancias hicieron el resto[3] y se olvidó de que un día Manuel Alejandro RAPHAEL y yo habíamos estado en casa de sus padres, de visita un verano en Gullston. Supongo que para ver si pasábamos el examen… antes de ir más allá en cualquier esfera.

Después la nada hasta el ’98: una visita relámpago de Araceli BRUMA llegando a Samarcanda para zanjar cuentas con su pasado, con su conciencia. Llegó para contarme[4] que se casaba con un alemán. Puede que fuese una llamada desesperada: la búsqueda de un salvavidas que la alejara del seguro naufragio de las becas europeas, de la vida cuadriculada. Pero yo ya no estaba. Vivía en mi universo de zarandajas mentales, obnubilado por las cuentas de colores de un conocimiento inagotable, fatigoso. Un desierto sin oasis, como descubrí al cabo: se llamaba La Tapadera.

Recuerdo su imagen[5] mientras el autobús se alejaba, camino hacia la Nada… Años más tarde ha venido en sueños a decirme que es feliz a su manera, que su viajante esposo[6] la ha amado después, pero más que yo. No hace falta que venga: no seré yo quien remueva las reliquias de una relación que nunca tuvo brasa. Que no fue sino ceniza, pues mi llama jamás encontró su combustible.

No volveré a su casa para desnudarme borracho esperando su respuesta, como fuera una vez mi radiografía[7]. Siempre he sido tonto, puede que buena persona. Incluso cuando, aullando, arañaba la puerta de su rechazo… porque no entendía cómo, sin pedirle nada, dejó de querer mis besos.



[1] Yo también, pero al revés.

[2] Durante la media hora de mi libertad condicional, ya funcionario.

[3] La física, la mental, la espiritual: en una palabra, todas.

[4] Parapetada tras un café.

[5] Tierna y lastimera, como siempre, contagiando ternura.

[6] El rey del chocolate.

[7]En cierta ocasión, ya en otro domicilio de Araceli BRUMA… como ofrecimiento que fríamente declinó. Un ritual que repetí años después con idéntico y nefasto resultado: con Araceli del BALANCE.

 

 

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