Argi

 

Camaleón

 

´88

´98

 151

 

 

 

 

 

 

 

 

Argi Camaleón era una carcajada. Desde su posición económicamente privilegiada contemplaba el mundo entero con sorna, sin duda: alguien que sabe buscarse la vida hasta hacer un negocio boyante… está claro que va por encima de la media.

La distancia le otorgaba una lucidez que no conseguían aportarle sus aventuras en el mundo de los psicotrópicos. Pero no resultaba trabajoso ni engorroso charlar con él, casi siempre estando los dos a ambos lados de la barra de El camaleón. Argi Camaleón con la llave del paraíso en sus manos: todas las botellas a su alcance. Yo con la posibilidad de abrirle las puertas de otros mundos mentales para él inaccesibles.

Argi Camaleón era una persona inquieta, aunque no había encajado en los esquemas pedagógicos al uso. Dicho de otra manera, resultaba enriquecedor y entretenido, aunque era casi analfabeto.

Compartimos grandes momentos en su rincón: era una atalaya suburbana desde la que Argi Camaleón añoraba la libertad, pues era consciente de haberla perdido por el sólo hecho de existir.

Decoraba su casa una copia de mi versión del Gernika, que amablemente me compró en la época de La Tapadera. Aunque en el fondo Argi Camaleón era un tipo lleno de inquietudes, la vida le había ido arrinconando hacia el lugar de su flamante y franca risa descerebrada: poco a poco, cada día se iba suicidando intelectualmente casi sin quererlo ni saberlo, entre la maraña de infinitas cuentas de colores. Era el espíritu de El camaleón.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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