Arroyuelo

 

´83

´85

186

             
 

¿Puede uno ser contrario al sistema que voluntariamente está estudiando y padeciendo cada día? La respuesta es afirmativa, con el agravante de que lo estudia para cambiarlo aún con más fiereza, desde dentro: acaba conociendo sus puntos débiles, aquéllos que lo convierten en vulnerable.

Al menos así era en el mundo del Derecho, al menos así era para Arroyuelo[1]. Él se declaraba abiertamente anarquista mientras sufría cada día la tortura de soportar lecciones magistrales de aquello que odiaba.

En el trasfondo de la relación que había entre Arroyuelo y el Derecho puede identificarse fácilmente un ejemplo del típico conflicto psicológico denominado de atracción-repulsión. Arroyuelo necesitaba el Derecho como elemento hacia el que dirigir su más visceral odio: su repulsión juvenil, que había encontrado una diana perfecta hacia la cual enfocar sus proyectiles.

Para el resto de la clase Arroyuelo era algo folklórico. Además de un elemento imprescindible al que referirse para demostrar que el sistema funcionaba y estaba en la línea correcta. Que el 99,6% de la clase no fuera Arroyuelo resultaba un argumento estadísticamente incontestable, una demostración científica irrefutable de que el mundo está en lo cierto.

Hablaban con él a pesar de considerarle un bicho raro. En su condescendencia infinita, desde su excelsa superioridad convivían con Arroyuelo, pero sólo por sentirse mejores consigo mismos, al ser capaces de semejante misericordia con aquél… a quien consideraban un pobre hombre.

Razonaban y argumentaban desde un escalafón de superioridad amparado en el absurdo, simple y dudoso argumento numérico de ser la mayoría. Como si la Historia, con el ejemplo de Barrabás, no demostrara la invalidez de la democracia, como solía decir Vicente GAMA. Pero Arroyuelo era vehemente y visceral. Arrebatado en la pasión por buscar un mundo nuevo a pesar de éste. Resultaba, en otras palabras, incansable.

Trabajó activamente durante las movilizaciones del ’85, aportando sus puntos de vista y estrategias a las Asambleas. Muy probablemente de él surgió aquella idea de hacer una pantomima encaminada a impedir una votación que de antemano se sabía perdida. Asistir a aquel ejercicio práctico de manipulación de masas a mí me abrió los ojos para un futuro de misantropía. Le dejé allí, entre lobos, cuando me marché de Derecho para estudiar Filosofía.

Ante el panorama que le esperaba, es probable que aquel ejército gris e inane de mediocres hiciera sucumbir su faz macilenta y aplastar su tabaco compulsivo. Seguramente Arroyuelo desapareció: anulado por aquella marea inhumana o destruido por su entropía. Su papel era ingrato: ser conciencia crítica en una sociedad que por elección es inconsciente y autocomplaciente. Cualquier cosa menos autocrítica.



[1] Su nombre no era éste: Arroyuelo es un símbolo, un apodo que representa la frescura y libertad del agua en estado puro inventando un camino a medida que lo va recorriendo, sin planificación previa.

 

 

Sonido

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