Camarero de La calleja

 

´87

´89

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No sé por qué… nunca me acordaba de su nombre, ahora tampoco. Imagino que debía de ser corriente, comodín: de esos nombres que resulta difícil asociar a un rostro por la carga de información previa que llevan aparejada en nuestra memoria.

Lo cierto es que al Camarero de La calleja le conocí a raíz de las movilizaciones del ’87, durante las eternas horas de convivencia obligada por las circunstancias, que compartimos algunos… encerrados en la Facultad de Filosofía… que entonces también era de Pedagogía. De ahí el espacio, el tiempo y las actividades que la casualidad (no otra cosa) hizo que compartiéramos durante aquellos largos días.

Después, como por arte de magia, un día aquel chaval simpático y descarado apareció tras la barra de La calleja: siempre estaba al final, justo donde la curva delimitaba el rincón que albergaba la cabina del pincha (a la izquierda, con los banquitos debajo) y los baños (a la derecha).

Algunas veces –pocas– el Camarero de La calleja me invitaba a una cerveza, pero no era éste el motivo por el que yo recalaba allí… más bien la casualidad de haber quedado con alguien en La calleja hacía que coincidiéramos. Entonces, entre la inmensidad de la música que lo ocupaba todo, un gesto de reconocimiento me saludaba… acto seguido chocábamos la mano salvando cuantos obstáculos hubiera entre nosotros.

Con aquel sencillo saludo compartíamos un instante de complicidad en silencio (quiero decir, sin palabras) que guardaba en la trastienda sueños comunes ya rotos, que un día fueron compartidos: los de una UdeS mejor, diferente… algo que para el ’88 había pasado a ser ya sólo una quimera. Pero nos hacía degustar durante ese instante las mieles de otro mundo posible que jamás llegó a ser. Es probable que profundizando mínimamente en los planteamientos teóricos de nuestras respectivas reivindicaciones hubiéramos encontrado infinitas diferencias… pero eso formaba parte de la ficción. Jamás llegó a producirse discusión alguna entre nosotros que las pusiera de manifiesto. A lo más que llegamos durante las indeterminadas jornadas de las movilizaciones del ‘87 fue a intercambiar ideas, lo que nos acercó más como compañeros de fatigas.

En todo caso, eso ya había quedado atrás: él era simplemente el Camarero de La calleja… imagino que terminaría la carrera y salió de aquel cuchitril claustrofóbico que le comía las noches (y seguramente también la vida).

Aunque también pudiera ser que no… que la noche maracandesa con sus infinitas trampas le acabara convirtiendo en camarero de por vida… fagocitándole hasta hacer bueno aquel dicho de que “ser camarero no es una profesión, sino un estado de ánimo”, tan repetido entonces por doquier.

A mí el Camarero de La calleja me caía bien, aunque mi intuición atisbara a lo lejos un carácter algo descerebrado tras aquellos pelos lacios, ojos oscuros y su amplia sonrisa llena de dientes, que con frecuencia le ocupaba la cara, llenándosela de carcajadas. En todo caso le recuerdo allí, en su cárcel… mi cabeza repleta de buenos deseos para su futuro, aunque jamás llegara a decirle nada.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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