Cartujo

 

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El Cartujo era un espectro que circulaba por la noche maracandesa para invadir cabezas ajenas, sin duda. Su mera apariencia ya daba qué pensar: rostro perplejo, faz cenicienta, ojos inexplicablemente abiertos, cejas llamativas, piel macilenta, gestos arlequinados, casi manieristas… Disfrutaba permaneciendo durante horas inmensamente largas en alguno de los asientos del Esquizofrenia (aunque no siempre el mismo), con el tablero de ajedrez delante, entre la neblina etílica… esperando alguna víctima propiciatoria: igual que aguarda la araña el momento de ir a por la mosca.

Aprovechaba las condiciones disminuidas de quienes sobrevivíamos hasta esas horas. El Cartujo te miraba con cara de niño travieso, enarcando las cejas al tiempo que te desafiaba al ajedrez. Preguntaba: “¿Echamos una partida?”… a veces picábamos el anzuelo. Si no accedías no pasaba nada, no se molestaba. Charlaba contigo, igualmente desde su rostro ceniciento que casi sugería algún diagnóstico de licantropía… Arrancando alguna risa escéptica de aquella cara que parecía más preparada para la mala leche.

El Cartujo ganaba siempre, claro. Antes de empezar, solía hacer como al descuido un test sobre la lucidez del contrincante. Te preguntaba despreocupadamente mientras iba colocando las piezas sobre el tablero: “¿Sabes dónde está la Cartuja de Miraflores?”

Una pregunta como esa, dejada caer a bocajarro a altas horas de la mañana y en un ambiente como el del Esquizofrenia, resultaba todo un disparo, un torpedo en la línea de flotación de tu conciencia. A mí se me aparecía en la mente la imagen de un sello de correos que tuve allá por mi infancia, con una silueta de susodicha cartuja… pero no ponía la provincia. Puede que en alguna de las ocasiones acertara la respuesta… pero a la siguiente noche que se me presentaba la oportunidad, ya no lo recordaba: un embrujo neuronal me impedía hacer memoria[1]. Como a mí, imagino que a mucha otra gente: de ahí el éxito de la tontería. Así que una y otra vez, caía en la trampa: no lo sabía. Para la siguiente ocasión intentaba retenerlo… sin éxito. Mi cabeza se negaba[2].

Debido a la pregunta y al ajedrez, el Cartujo se había convertido en una de las señas de identidad del Esquizofrenia. De ahí le quedó el mote a aquel pobre perdedor de ajedrez que, en lugar de modificar al alza su aptitud, aprovechaba las condiciones ajenas a la baja…

Allí se quedó eternamente su figura, en las noches del Esquizofrenia como el decorado que era. Entre movimientos torpes y preguntas tendenciosas.



[1] En el asunto de la Cartuja de Miraflores mi memoria sigue haciendo aguas… un embrujo indeleble, permanente. Cuando me ocurre ahora, tengo la fácil solución del Google, pero en aquellos tiempos…

[2] Algo parecido estuvo practicando Andrés GHANA durante una temporada con los nombres de los generales que traicionaron a Viriato… Yo le secundé muchos días y muchas noches, “con gran éxito de crítica y público”, que habría dicho Jesús Manuel LAGO.

 

 

Sonido

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