Cecilita

Quelocura

Samarcanda

´90

´99

245

           

Aunque intentaba dar el perfil de progre, con mentalidad abierta, la mera apariencia física de Cecilita Quelocura ya delataba un lastre difícilmente explicable a primera vista, con la primera impresión… algo así como pertenecer a un grupo distinto: nada racial o natural, sino producto de la influencia del ser humano, que había conseguido modificarla.

A medida que uno iba profundizando en el diálogo con Cecilita Quelocura, conociéndola por gestos y expresiones, quedaba claro que era una chica de una educación exquisita. Después, con la forma de desenvolverse en la conversación y la carga valorativa que contenía su discurso, ya no quedaba la menor duda: procedía de una recta educación religiosa, casi estricta… Algo que por lo general conlleva un despertar de la conciencia allá por los 18 años, con un aparejado carácter rebelde, que suele definirse por oposición.

En otras palabras, la inclinación progre de Cecilita Quelocura no era sino una forma natural y contestataria de autoafirmación… pero ya tenía indeleble en su personalidad aquella característica que la ligaba a su pasado de por vida. Por mucho que vistiera con normalidad, uno casi involuntariamente la imaginaba con atuendo de colegiala. Cuando yo la conocí, Cecilita Quelocura estaba estudiando Periodismo ¡en la Universidad Fanática! lo que da una idea de hasta qué punto era incapaz de sobreponerse al lastre de su pasado: incluso más allá de sus 20 años de edad, conservaba la impronta religiosa adherida a su educación superior.

Bien es cierto que ella, para compensarlo y de manera sincera, pretendía una existencia diferente, sin lastres… hasta tal punto que, en una decisión que hablaba positivamente de sus pretensiones, tenía un novio tuno: con lo que esto significa para la reputación (con perdón) de una chica.

Además era de trato normal, amistoso e incluso divertido: Cecilita Quelocura[1] estudiaba y le gustaba hacerlo, aunque también tenía sus momentos de desparrame: como es natural en cualquier conciencia equilibrada. Pero se trataba de algo más bien de puertas para adentro, porque las juergas eran sobre todo domésticas: de película, juego de mesa, un par de copas y charla entre amigos.

Algunas tardes, en su casa[2] tuvimos largas y divertidas conversaciones hasta dar cuenta de una botella de whisky entera: volatilizado ya su caballo blanco entre tangos, rodeados por la neblina de los porros que desde el sofá iba consumiendo Joaquín Pilla Yeska con cadencia irrefrenable.

Cecilita Quelocura quería ser una persona normal y casi lo conseguía… pero había algo en su día a día, en su personalidad y su puesta en escena, que no terminaba de lograrlo. Quizás fuera aquella piel fina y blanquecina que dejaba transparentar las venas, acercando su presencia a la mitológica piel vampírica… o quizá su risa cristalina que parecía a punto de romperse en cualquier momento si chocaba contra el suelo.

En su compañía las horas transcurrían de una forma contradictoria, como si pareciera que en cualquier momento podía pasar algo… pero éstas iban amontonándose sin más solución de continuidad que ser una colección absurda y sin objetivo.

Suerte que entre medias estaban las partidas de Pictionary o las cenas con película. A veces me daba la sensación de ir a su casa como el insecto que acude inconscientemente a la tela de una araña, pero en otras ocasiones me invadía una idea diferente: la de ser el entretenimiento de la novia de un tuno… mientras él se encontraba dando tumbos por los cuchitriles de la ciudad, yo permanecía guardando complacido y complaciente una finca en la que de esta manera jamás entrarían a saco los forajidos.

Entre medias, claro, las sesiones cómplices: pero de una complicidad meramente intelectual. De charlas y risas que dejaban la impresión de que Cecilita Quelocura participaba en una carrera, un rally de vuelta de todo y compartía conmigo el asiento: yo de copiloto. Pero nada más: compañeros de viaje en un trayecto tan falso como absurdo, porque lo suyo era una pose de autoconvicción. No puede estarse de vuelta cuando aún no se ha ido a ninguna parte.



[1] Apodo que le había puesto el tuno en cuestión.

[2] Que compartía con Rosa LILA, su hermana: la pareja de Joaquín Pilla Yeska.

 

 

Sonido

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