Cecilio 

Punkie

Samarcanda

 ´85

´97

229

 
             

 

Cecilio Punkie era hijo del Dr. Jekyll y heredero de Mr. Hyde, paradigma de una esquizofrenia sublimada… o no tanto. Jugando a entrar en territorios ignotos: no se sabe muy bien si los peligrosos son los nocturnos en los que brilla el cuero o aquéllos soleados donde reina la purpurina.

Por las mañanas se codeaba con señoras de la sociedad maracandesa, mostrando encajes amaneradamente: vendiendo botones y colocando lencería en las estanterías. A Cecilio Punkie yo le compraba unos botones con figurita de pingüino[1]: a la oscuridad las no-tan-doncellas gustaban de robármelos de las camisas, a mordiscos si fuera necesario… en las sombras esquizoides que abrigan todas las posibilidades.

Viendo a Cecilio Punkie deambular por las calles los domingos, las cosas no encajaban del todo bien: no por su indumentaria punk y la cresta puntiaguda. Más bien porque repetíamos los mismos rituales de nuestros antepasados, como el eco de un error. Los mismos rituales con diferentes dioses… Cecilio Punkie paseaba un perro enorme y negro con diferentes collares.

Difícil dilucidar si el peligro residía en frecuentar la vida normal de sus clientes de mercería o los submundos de droga y marginalidad en los que vendía sus exquisiteces nocturnas, según decían anfetaminas robadas previa y cotidianamente a su padre.

Al cruzarnos por la calle, el saludo de Cecilio Punkie siempre era de semiatención y semiasco. El hecho de que mirara hacia otro lado durante este ritual… hacía que uno no supiera si el asco se lo dedicaba al mismo lugar que la atención o al revés.

Tentado por todas aquellas tonterías de las que se rodeaba, alternativamente deterioraba su dentadura o hacía incursiones en el mundo real: en una ocasión vi una entrevista al periódico local en la que contaba sus dos aguas, su naufragio de voluntades. Admitir públicamente ante el supuesto enemigo su enfermedad[2] de dos mundos en un mismo cuerpo.

Puede que una vez tuviera la salvación en sus manos… con aquella novia yonqui que desapareció un buen día. Ella era de Namangan o se fue allí, no lo sabré nunca… les recuerdo durante algún bajón, tomando cañas en la terraza de Saturno. Veían moscas por todas partes, como si el infierno ya estuviera entre nosotros, detrás de las gafas de sol.

Años después, un día Cecilio Punkie salió del armario… francamente a mí me resultó por completo indiferente. Aunque supongo que para él significó traspasar la frontera de la realidad, como quien entrega el pasaporte.



[1] Pingüinos beneficios, que dirían los contables.

[2] Quizá para curarse o quizá con intenciones de perpetuarla endémicamente.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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