Cocoliso R era un niño buscando diversión, sólo eso. De ahí lo acertado de su apodo: como un resumen de su personalidad inquieta, investigadora.

Siempre estaba dispuesto a hacer encuentros, verticaladas en las que descubrir amigos nuevos. Era una esponja, entusiasmado por las aventuras propias de los radioaficionados: cazas del zorro, QSO’s… cualquier actividad le servía. Ávido como estaba de vida, ansioso por aprender aunque luego (como le ocurriera alguna vez) encontrara indeseables que estaban deseando aguar fiestas ajenas: por ser amargados profesionales, perros del hortelano.

Cocoliso R era alegre, vivaz, tenía iniciativa: se apuntaba a cuanto hiciera falta porque era un chiquillo estrenando la etapa adolescente. Aún le quedaba por descubrir la mezquindad de la gente, pero ¡en fin! en eso tardamos toda la vida…

Como se hacía simpático, poco a poco Cocoliso R, sin planificación previa, empezó a ser considerado como la mascota de las ondas. Bien pronto fue un motivo por el que los “malos” encontraban a alguien que les plantaba cara. Cocoliso R era intocable, sobre todo cuando quien pretendía vulnerarle era gentuza como Dámaso Colilla y sus acólitos. La proverbial inocencia de Cocoliso R acabó convirtiéndose en un estandarte de lo que queríamos que fueran los 27 Mhz., aunque nunca llegaran a serlo.