Fernando

Arrabal

 

Samarcanda

´98

334

           

 

Existe un interés indiscutible por identificar a Fernando Arrabal con un mundillo apartado de la vida, de la normalidad cotidiana que compartimos todos los seres humanos corrientes… En cierto sentido esto se corresponde con la realidad, pero no como se ha pretendido desde el poder.

Cuando el poder ha mostrado dicho interés era precisamente para quitarse de encima a una conciencia tan incómoda y problemática como la de a Fernando Arrabal. Pero lo que tiene Fernando Arrabal de alejado de la realidad viene precisamente de lo contrario. Lo excepcional de su visión. No la lejanía de la realidad misma.

Cualquiera que tenga un mínimo de capacidad crítica, en cuanto se acerque a la obra de Fernando Arrabal podrá comprobar todo esto. Sus escarceos con el inconsciente[1] resultan ser un espectáculo pánico para el cual no se encuentra preparado el común de los mortales… Simplemente por no tener educación ni receptividad que pueda asimilarlo.

Todo esto es de público conocimiento. Hasta el punto de dividir a la opinión pública en dos grandes grupos. Por un lado están quienes le descalifican para no tener que comprenderle[2]. Y por el otro: el de quienes han profundizado lo suficiente en la obra de Fernando Arrabal y no se dejan llevar por las corrientes imperantes al uso.

De entre estos últimos, quienes son capaces de ir más allá del fácil descalificativo: los hay que tocan la esencia de Fernando Arrabal (tan rica como compleja), se dividen entre partidarios y detractores. Militan tanto quienes le detestan[3] como quienes le adoran.

No es necesario decir que, como en tantas otras cosas, Fernando Arrabal no es profeta en su tierra. El exilio francés que practica desde el ’55 así lo prueba. Pero estas menudencias sólo son anecdóticas para un hombre a quien debe tanto el mundo por su obra. Ante todo por lo que ésta tiene de esencial en lo que al conocimiento del hombre se refiere.

Capaz de reflejar y evaluar los infinitos fantasmas que alberga el corazón del ser más curioso de la Tierra. Pero a Fernando Arrabal le acompaña su fama iconoclasta allá donde vaya. Por eso en el ’98 le invitaron a Samarcanda: para practicar un desplante hacia lo institucional. Pero desde una perspectiva lo suficientemente seria como para que tuviera entidad.

El asunto lo organizó Dámaso Antiguo, desde su espacio La Gallina. Aglutinando toda una serie de fuerzas alternativas y contestatarias ante la cultura institucionalmente entendida.

Se trataba de que Fernando Arrabal realizara una especie de taller en vivo, rodeado de una selección de artistas jóvenes y maracandeses[4]. Practicar una especie de tormenta de ideas que proporcionara materiales de trabajo para una jornada inolvidable…

Yo no estaba entre los elegidos. Pero quiso la casualidad que aquel día[5] pasara por allí y pudiera contemplar a Fernando Arrabal en plena faena. Sobre un escenario (creo que era un teatro) Fernando Arrabal charlaba animadamente sobre el arte, la literatura y la condición antisocial de la estética.

Entre nosotros dos no hubo más que un desencuentro. Para mí aquel día estuvo vedado un acercamiento a Fernando Arrabal: había una multitud cuidadosamente elegida, alternativa, para el diálogo con el maestro. Desconozco si entre ella había alguien capaz de comprender lo que significa y ha significado la obra de Fernando Arrabal en el crisol contemporáneo de una esencia lejana al conocimiento de la gran mayoría…

Yo me fui de allí con la sensación de asistir a un gran engaño: al pobre Fernando Arrabal, que se había prestado generosamente a un experimento del que dudo que saliera algo aprovechable. Le presentaron aquel abanico de incultos boquiabiertos como si fuera la crème de la crème de la vida cultural maracandesa alternativa. Pero en realidad se trataba sólo de una pandilla de excéntricos que gustan considerarse intelectuales. Seguramente lo son si se comparan con el grueso de la vida cultural maracandesa… que apesta a naftalina.



[1] Por ejemplo, durante El mundo por montera, programa de televisión de Fernando Sánchez Dragó en el ’89.

[2] Resulta mucho más fácil dedicarse a bagatelas más inmediatas y comprensibles, como la TVasura.

[3] Generalmente por impotencia o envidia.

[4] Al menos de residencia.

[5] Por no sé qué cuestiones de infraestructura del encuentro.

 

 

Sonido

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