GAFE

 

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Si había algún personaje patético en la Facultad de Filosofía de aquellos años, sin duda era GAFE. El resto tenía su burbuja más o menos delimitada, más o menos criticable. Pero GAFE no. Era simplemente una persona abúlica, pelele arrastrado por unas circunstancias que siempre le superaban.

Se nos presentó la primera semana del Primer curso de la carrera, cuando aún éramos pobres cerebros a merced de todos los vientos. SIMIENTE y GAFE nos explicaron las penosas circunstancias a las que tenían que enfrentarse para su docencia. Para que nos fuéramos haciendo a la idea de cómo funcionaba la UdeS. En realidad fue SIMIENTE quien dio las explicaciones. GAFE se limitaba a asentir, como correspondía a su mentalidad sumisa y sin iniciativa. Su tarea ciertamente era pasiva: borrar la pizarra a medida que SIMIENTE lo necesitaba. Francamente, digno de compasión.

La impresión que nos dejó tras aquel Primer curso fue lamentable. Suerte que era comparsa de SIMIENTE, quien al menos sabía lo que tenía entre manos. El problema fue que tras todos los acontecimientos de reorganización del Departamento y reasignación de efectivos, volvimos a ser víctimas de un GAFE en todo su esplendor: pero ahora a tiempo completo.

Se presentaba un panorama ciertamente deprimente y ya era Cuarto de carrera. Todo un año a merced de aquel espantajo sería superior a nuestras fuerzas. La asignatura prometía con su título todo aquello que las manos de GAFE destrozaban con fruición. La libertad de cátedra tiene eso. Por ahí se cuelan todos los inútiles que socavan la Universidad: que entienden la libertad como su provecho. La posibilidad de supervivencia en un ambiente para ellos hostil: el de la gente competente.

El caso de GAFE resultaba ejemplificador. No sólo aburría a las moscas con un discurso trasnochado y unos apuntes amarillos[1]. A esto hay que sumar un enfoque cavernícola de la sociedad, anclado en una visión fascistoide.

Sólo queda por añadir que su bibliografía favorita durante las “lecciones magistrales” que impartía… provenía de Encíclicas, Concilios, Pastorales y mil zarandajas semejantes, contra las que no hay posible antídoto. Son veneno letal reconocido por cualquier especialista que se precie. Quien así construye los discursos es axiomático, lo que significa que parte de unas bases indiscutibles. En el caso de GAFE además eran impresentables.

Francamente, intentar dinamitar aquel bunker filosófico era poco menos que imposible, por tratarse de hormigón autorrecursivo. Por eso GAFE estaba en el punto de mira de la Evaluación del Profesorado que se pretendía desde instancias críticas como ESPERA. Pero aún era intocable.

Por lo tanto ante todo recurrimos a ponernos a su nivel. Aparentando que nos interesábamos por cuanto decía… con el objetivo de polemizar. Así conseguimos librarnos de sus “lecciones magistrales” y sustituirlas por un debate más o menos entretenido. Para eso nos repartimos los papeles: Jesús Medicucho se sentaba en el último asiento a la izquierda de la última fila, bloque izquierdo de sillas. Yo en el último asiento a la derecha de la última fila, bloque derecho de sillas.

Así dispuestos cada día. Nada más empezar la hora: con cualquier excusa nos enzarzábamos en alguna discusión al hilo del tema que se tratase. Discusión tan vehemente como teatral, que ocupaba todo el tiempo de la clase. Conseguíamos de esta forma derrotar al tedio. Buscando argumentos para atacar al otro… jaleados por el resto de los asistentes.

Indefectiblemente, la clase terminaba siempre con el sonido del timbre. En ese momento nos increpábamos como punto final. Jesús Medicucho me decía: “¡Tú eres un rojo!”. Por mi parte yo le respondía: “¡Y tú un facha!”

Algunos días era en orden inverso, pero el esquema era idéntico. GAFE hacía ademán de tranquilizarnos mientras recogía su rancia bibliografía y se marchaba. Orgulloso de haber sentado las bases que hicieran posible una discusión de altura. Después, como confesión hacia algunos alumnos se refería a mí diciendo: “Sí, los chicos ricos suelen ser problemáticos”. Su desorientación resultaba tan evidente como ridícula. Como puede comprobarse, era un pobre hombre.

Si a esto añadimos algo que era de conocimiento público, tendremos un fiel retrato de este elemento. En su comunidad de vecinos le llamaban “el profesor”… con la carga de menosprecio que conlleva el mote por parte del populacho. Sobre aquel terreno tan pantanoso, la comunidad de vecinos… GAFE pretendía poner en práctica sus conocimientos humanos. El resultado era evidente… la mofa permanente que sufría, en la que vivía. Probablemente sin percatarse siquiera.

Desde la comunidad de vecinos hasta la Facultad, su vida era de cartón-piedra, aunque él no lo sabía. Mejor así. Mantengámonos además en la piadosa ignorancia de saber cómo sería su núcleo familiar…



[1] Esto era típico en la época, no le hacía excepcional.

 

 

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