Indalecio

 

Angren

 

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Detrás de la coraza de persona accesible y risueña, de tío enrollao que se ponía Indalecio Angren… habitaba la realidad de su persona. Aunque el disfraz le iba a medida, en cuanto rascabas un poco salía a relucir su verdadera personalidad.

No en vano tenía un 4x4 con matrícula de Urganch. Si existiera el psicoanálisis del vehículo, Indalecio Angren se habría llevado el diagnóstico bajo el brazo. Era el Jefe de Estudios con todas las letras (mayúsculas) y como tal ejercía. Un hueso en cuanto tenía oportunidad. Muy buenas palabras y gesto amable, pero a la primera de cambio te la clavaba. A su sombra su mujercita, con cara de no haber roto un plato y vestida de niña pija. Sonrisa tan falsa como la de Indalecio Angren, que delataba lo que eran. Sólo un par de militantes del integrismo religioso. Se aprovechaban de la condición de quienes, como yo, no tenían prejuicios y no descartaban a semejante caterva sólo por ser integristas.

Indalecio Angren era la típica persona con la que te llevas bien siempre que no le contradigas. Entonces saca el infierno que lleva dentro y lo despliega con todas sus consecuencias. Poniendo al máximo la potencia de su cólera… Muy espiritual, vamos.

Entre los alumnos tenía fama de impresentable, pero ¿qué profesor no la tiene? Incluso yo creo haberla tenido. Razones siempre hay a miles. Como días, alumnos, opiniones e intereses.

Indalecio Angren iba por el Instituto Juan Montalvo con esa suficiencia típica de los pelagatos con uniforme. De los propietarios. Como si el mundo estuviera a sus pies sólo por ser alto[1]. A mí me parecía bien siempre que no me afectara. Un “sálvese quien pueda”, tan conveniente en el Ministerio de Educación. Digamos que nuestra relación era de una frialdad diplomática, con cierto grado de condescendencia por su parte.

Sobre finales de curso, cuando estábamos haciendo las evaluaciones, hubo un lunes en el que los profesores teníamos que presentar las notas. Aquel fin de semana, por tanto, me vi obligado a quedarme en Angren. La sorpresa fue que el lunes hubo otro profesor que según dijo no había podido trabajarlas… por tanto había que aplazar la reunión. En otras palabras, yo había hecho el primo quedándome encarcelado esos días.

No pasó nada, claro… porque el implicado era amigo de Indalecio Angren. Al siguiente lunes había otra reunión del mismo pelaje. Por otras obligaciones, ese fin de semana no pude irme… hice mi trabajo. Pero al llegar el lunes dije que, al igual que le había ocurrido al otro profesor la semana anterior… yo no había podido hacerlo. Sólo por justicia, nada más.

Una especie de equilibrio cósmico que Indalecio Angren no entendió. Airado, abandonó chillando la Sala de Profesores. Yo dije ante el Director y todos los asistentes, con una sonrisa levemente irónica, que me limitaba a continuar con una práctica iniciada previamente por otros. La respuesta de Indalecio Angren había sido más clarificadora. Se fue dando un portazo mientras me mandaba a tomar por culo.

Sonreí, claro, imaginando su futuro: su casita en el infierno.



[1] En ambiciones y/o estatura, que no en capacidades.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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