Javier Roberto

BOFE

 

Tûrtkûl

´87

´96

396

             

  

Con diferencia, Javier Roberto BOFE era el mejor estudiante de su familia[1]. Tenía tanto aplomo y serenidad que daba gusto romperle los esquemas. Javier Roberto BOFE representaba a toda esa tradición de niños bien educados, mesurados y obedientes, que en el fondo tanto nos repatean a quienes estamos contra un status quo tan hipócrita como vacío e inhumano.

Había querido el Destino (o quien fuera) que Javier Roberto BOFE se cruzara en el camino de las balas perdidas que entonces enfilábamos la vida sin mayor remordimiento. Aparte de haber coincidido con Javier Roberto BOFE en su casa durante mis peregrinaciones a la habitación de Alejandro Marcelino BOFE para las horas de arte y confesiones, Javier Roberto BOFE y yo nos habíamos encontrado casualmente algún día de copas o por la calle. Nos conocíamos lo suficiente para tratarnos y hablar amigablemente.

Para Javier Roberto BOFE yo representaba el filón inagotable del academicismo heterodoxo. De las inacabables conversaciones en casa de Alejandro Marcelino BOFE, a Javier Roberto BOFE le habían llegado fragmentos… Los suficientes para que sus amigos y él, su pandilla de matemáticos en ciernes, nos apodaran El club de la serpiente, refiriéndose a Rayuela de Cortázar y los ambientes allí descritos. A mí aquello me halagaba.

Por mi parte, su grupillo me atraía para experimentar las consecuencias de los explosivos verbales que les regalaba de tanto en tanto… Aquel apodo para mí ciertamente era todo un piropo. Una demostración de que se trataba de un personal interesante, como suelen serlo los estudiantes de Exactas[2].

Durante el mítico verano del ’88, con sus padres fuera y la casa sembrada de botellas rotas y cazuelas de whisky con colacao[3], tuvo lugar un rito tan iniciático como improvisado. Caminar entre aquellos escombros cristalinos resultaba un ejercicio de habilidad: llenaban el salón (suelo y armarios).

Una noche, Javier Roberto BOFE no tuvo la necesaria y se hizo un corte en un pie. Allí mismo, sobre la marcha, elevamos plegarias a los altares profanos y[4] bebí aquel mejunje iniciático, desafiando epidemias… sólo por provocar al Destino. Javier Roberto BOFE miraba perplejo y se aguantaba la risa, como él solía hacerlo… Mientras tanto, la iluminación iba reflejando para la posteridad inmediata un cuadro típico de los aquelarres del tenebrismo.

Le imagino riendo también ahora, ya licenciado.




[1] Miranda BOFE, alocada. Alejandro Marcelino BOFE, asistemático. Los pequeños, descerebrados.

[2] Hay quienes dicen que sólo con ellos y los de Filosofía se puede hablar de cualquier cosa, con provecho.

[3] Que nos servía de inspiración a diario.

[4] Mezclando su sangre con leche de vaca.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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