Jesús

Onza

Samarcanda

´83

´85

373

           

 

Con esa inocente crueldad casi infantil que habitaba el mundo de las ondas piratas[1], a Jesús Onza le habían añadido una PE al indicativo[2], quedando como una pe-onza. Aquella ocurrencia era de lo más acertada, porque Jesús Onza era un chaval que giraba constante y continuamente alrededor de una idea[3]: el sexo.

Revestía su inclinación adolescente con supuestas justificaciones líricas o metafísicas, pero en cuanto alguna voz femenina irrumpía en el canal de los 27 Mhz. con sus efluvios, salía a relucir el Jesús Onza troglodita, ordenando imperativo: “¡¡¡QRX el canal!!!” O lo que era lo mismo, silencio todo el mundo, preferencia para ella. Daba igual lo que quisiera decir. Incluso resultaba indiferente que no tuviera nada que decir. Así quedaba al descubierto la escala de valores de Jesús Onza.

Después todo eran alabanzas hacia ella. Se deshacía en unas galanterías que dejaban todos sus flancos en evidencia. Pero a él le daba igual aparecer como simple, pues lo era. Revestía su existencia con la pretensión del arte, la pintura como la cúspide de su genio.

No pintaba mal del todo, aunque tampoco lo hacía del todo bien. Sus carencias procedían de una educación escasa por renegada. Había estudiado en una Escuela de Artes para huir del Bachillerato y de la Universidad. Carecía de una base teórica y cultural que yo modesta y generosamente intentaba contribuir a cultivar…

De ahí que una vez proyectáramos una exposición que finalmente no llegó a celebrarse. En ella, Jesús Onza estaría en un trono con disfraz de monarca. Yo con atuendo de vagabundo, a su lado. Cualquier pregunta que le hicieran los periodistas sobre su pintura, Jesús Onza se limitaría a contestar: “Ahí, ahí…” al tiempo que señalaba mi presencia. Por mi parte yo respondería con una batería de ideas estéticas, filosóficas y artísticas que él suscribiría asintiendo con la cabeza. Dando por buena mi interpretación de sus obras.

Otro de nuestros proyectos comunes fue “golosearnos” a una quinceañera que supuestamente iba tras Jesús Onza. Imaginamos un triángulo de sentidos desbocados. La idea era dejar de lado los sentimientos, llevar a cabo un ejercicio puramente hedonista. Ni siquiera llegué a conocerla. Sólo era imaginación calenturienta en la imaginación de Jesús Onza… a la que yo me prestaba.

En mi relación con Jesús Onza también entraba en juego mi parte crítica. Quería pintarle un huevo de rojo y el otro de negro, con aerosol indeleble, allá por el ’83… Como reivindicación anarquista contra el poder establecido que representaba el padre de Jesús Onza, comisario de policía. Supuestamente Seco Moco me ayudaría. Otro sueño, sin más que la ocurrencia.

De nuestras infinitas noches de charla sobre arte, entre vino barato en la habitación-estudio de Jesús Onza… quedaron algunos de sus escritos, para una posteridad que nunca llegó… a llegar. ”El omaso del yusero” – “agonizar en cotidiano día”… Todo su éxito se redujo a la aparición de una columna de relleno en un periódico de Samarcanda. Apareció por aquella época alguna pintada hecha con tiza, con su firma plagiada, que decía: “Todo es mentira”.

Ambas cosas le sacaron de quicio, quizá por verdaderas. Le colocaban en su lugar justo, en medio de ignorancias y traiciones. Las que constituían su verdadera vida.

Jesús Onza: aquel pobre hombre finalmente sucumbió a los encantos envolventes de una compañera de piso, de Ghijduwon por más señas… Acabó convirtiendo sus sueños de juventud en ínfulas etéreas, difuminadas entre los retazos del recuerdo, ese viento.




[1] Tanta libertad… ¡para eso!

[2] Su apodo o nombre en clave.

[3] LA IDEA, para tantos machos del planeta.

 

 

Sonido

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