Joaquín

 

Gullston

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Para Joaquín Gullston la vida era, ante todo, divertida. “Si no lo es, al menos debería serlo”, rezaba su pensamiento. Por este motivo estaba siempre dispuesto a cualquier actividad encaminada al disfrute. Por aquello del carpe diem.

Formaba parte de la clase, de mi promoción de la Facultad de Filosofía. Vibraba en la misma longitud de onda que Julián Sócrates. Con frecuencia organizaban juntos sus excursiones al mundo nocturno maracandés, para poner a prueba su capacidad de superar el existencialismo a golpe de juerga.

El gesto que Joaquín Gullston reservaba para los acontecimientos graves, como un examen oral o algo similar, sí que dejaba entrever que realmente le importaba lo académico. Era responsable.

Lo cierto es que aparte de todas las escaramuzas nocturnas, Joaquín Gullston terminó la carrera. Salió de aquel antro con el título bajo el brazo. Seguramente ahora será el profesor cachondo que acompaña a los alumnos en sus ritos iniciáticos. La vida para Joaquín Gullston será, ante todo, divertida. Más allá de los sufrimientos cotidianos que precisamente por inevitables deben ser minimizados.

Ya entonces Joaquín Gullston era un incondicional amigo de las juergas y la heterodoxia. Partidario del humor[1] como bomba de relojería que haga saltar por los aires la realidad, pues resulta fea de puro real. Con su actitud y buen humor Joaquín Gullston contribuyó a que el mal trago de estudiar una carrera resultase un poco más entretenido.




[1] A veces, incluso del negro.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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