José César

SOSO

 

Qûqon

´94

´95

402

             

 

Simpático y afable, José César SOSO era un digno superviviente. Había conseguido salir con éxito de circunstancias adversas, aunque no insalvables. Era uno de mis compañeros de fatigas en el Instituto Juan Montalvo de Angren, durante aquel curso ’94-’95. Su asignatura: Tecnología. Dicho así suena casi rimbombante. Pero tras esa palabra tan aparente la ley educativa escondía lo que hasta entonces se había venido llamando tradicionalmente “hacer chapuzas”. Sean éstas eléctricas, de carpintería o de fontanería: bricolaje, vaya.

José César SOSO procedía, por tanto, de los Futuros Currantes: ese mundo sin complejos que –gracias a los ingresos en blanco y negro– compensa la frustración de no haber pasado por una Facultad. Una especie de equilibrio psicosocial que en realidad acaba fomentando la fuga de cerebros hacia un agujero negro. De hecho la ley acabó comiéndose con patatas su intención inicial de que la Secundaria la impartieran sólo licenciados… principalmente por motivos presupuestarios. De ahí que conviviéramos José César SOSO y yo en la plantilla de Angren. A pesar de ser simple como el asa de un cubo, José César SOSO era una buena persona.

Si podía reprochársele algo era su clasismo, fruto de una educación que le había moldeado así: para ser despectivo hacia quienes no hubieran conseguido pasar la criba, cosa que él sí logró. En resumen, José César SOSO tenía como objetivo ser un ‘señor’, para lo cual recogía el testigo consuetudinario de las buenas maneras y la apariencia. Una vida ordenada y socialmente aprobada, el machismo, la condición de putero… en fin, todas esas características que por desgracia tan bien conocemos.

Actuaba en público de manera impecable, sin perder las formas. En casa, camaradería y colaboración sinceras. Era un auténtico profesor[1]: alguien que había logrado sus objetivos en la vida a pesar de sus limitaciones. La envidia de la mayoría de los mortales, el orgullo de su familia.

Una vez estuve invitado a comer en casa de sus padres, en su pueblo de Qûqon[2], con él y su familia. Me presentó a su primo, que estaba rodando un corto. Claro, para José César SOSO esto era una cosa inclasificable… Desde su perspectiva, todo el mundo del arte iba al mismo cajón, sin distinciones de ningún tipo. Así de simplista. Por eso me dijo, nos dijo: “Mira, éste es de los tuyos”, aunque no fuera verdad. Su primo sólo era un destripaterrones con una cámara. Nada más.

En todo caso, José César SOSO sabía mantener la compostura. Como aquel día que el padre camionero de un alumno se presentó en nuestra casa[3] en Angren, diciendo: “Que yo no soy profesor ni nada, que yo soy un trabajador… y a mi hijo le ha pegado un compañero de clase”. En ese momento José César SOSO no estaba; después la cosa no fue a mayores. ¿Que cómo se había enterado aquel padre de nuestro domicilio? Pues se lo dijo Joaquín Modesto Angren, el Director. Especialista en echar balones fuera… por si acaso había reparto de hostias.




[1] En el amplio sentido de la palabra.

[2] Como decía él con orgullo, había sido declarado la población más fea de Uzbekistán. Al menos, destacaba en algo…

[3] José César SOSO también era uno de mis compañeros de piso durante aquel curso.

 

 

Sonido

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