Lázaro

ASÍ

   

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La imagen de Lázaro ASÍ se me aparece nítida: rostro afilado, pelo rizado, escaso y pelirrojo. Además: gafas cuadradas, cara roja, fumando un cigarrillo y con un gesto despectivo, de desencanto… Pero riendo, aunque con una risa algo desencajada, con doble fondo[1].

Su fotografía psicológica sería ésta, pero en Lázaro ASÍ había algo más. Sobre todo una conciencia crítica siempre presente, de la que nada ni nadie podía escapar… ni siquiera él mismo.

Cuando le conocí ya era licenciado. Esto le otorgaba una prerrogativa que los estudiantes aún no teníamos: hablar ex cátedra. Lo primero que quedaba meridianamente claro cuando hablaba Lázaro ASÍ era que cualquier discurso carecía de validez. La experiencia es amarga y desencantante. Pero a pesar de estar todo perdido de antemano, frente a ese determinismo trágico: hay que plantar cara, aunque no sirva de nada.

Al menos, que no se vayan de rositas. A mí me gustaba su discurso, lo suscribía, aunque difería de su opinión en el fatalismo. Para mí luchar no era estar vencido de antemano. Pero aunque así fuese, aunque él tuviera razón: también luchar, simplemente para la tranquilidad de la propia conciencia.

Lázaro ASÍ era un luchador nato, constante, insobornable. Al menos cuando yo le conocí. Estaba totalmente implicado en el proyecto ESPERA: el sueño de reformar a fondo la UdeS, consiguiendo echar a los inútiles en la medida de lo posible. Era la Evaluación del profesorado, un objetivo ambicioso que ponía en el punto de mira a todos los impresentables de la UdeS, que son muchos.

Lázaro ASÍ llevaba mucho tiempo luchando contra aquel monstruo. Una pelea que a la mínima se le podía ir de las manos. El respaldo del alumnado era inmenso, contaban con aquella fuerza[2] y era su baluarte en la siempre inacabada e ingrata lucha contra los fósiles. Para aquel amplio frente abierto directamente contra la línea de flotación del Titanic que era la UdeS contaban con una buena infraestructura y muchas ganas. La cabeza más visible de ESPERA era su hermano Jesús ASÍ[3].

En la plantilla de ESPERA cabían todas las corrientes que quisieran ser optimizadas. Se trataba de hacer frente común contra el enemigo: la naftalina y los intereses, tanto individuales como corporativos. Poco a poco se había ido poniendo toda la carne en el asador. La parrilla estaba a punto. Era la antesala de las movilizaciones del ’87, aquella guerra abierta contra la incompetencia universitaria.

Lázaro ASÍ estaba poniéndolo todo, codo con codo con su hermano Jesús ASÍ, cuando ocurrió. Un accidente de tráfico que descabezó el movimiento. Como una guillotina o un mazazo de agua fría. En el coche iban Jesús ASÍ y Lázaro ASÍ. El primero murió y el segundo siguió vivo… es decir, murió de otra manera. Reprochándose para siempre haber conducido aquel día. Si había bebido o no, acabó resultando algo secundario. Los hechos eran lo importante y no dejaban lugar a dudas: la muerte de Jesús ASÍ era algo incontestable, irreversible.

Con él murió la fuerza de ESPERA, que poco a poco se fue desinflando para regocijo de los carroñeros con traje. La desaparición de Jesús ASÍ significó una derrota sin guerra. Para Lázaro ASÍ fue el punto final. Se convirtió en un muerto en vida… más desencantado que antes, preguntándose siempre por qué no había sido el quien murió aquel día.

Lázaro ASÍ era un tipo duro y de ideas claras. Pero aquel revés de la vida le arrinconó hacia un territorio en el que nada puede crecer: ni tan sólo los recuerdos. Lázaro ASÍ fue la esterilidad de una juventud que prometía ser fértil, pero sólo quedó en un espejismo. Así de ingrata es la vida.

Jesús ASÍ, la gran pérdida.




[1] En él habita para siempre la desesperación, la amargura.

[2] Que se hizo mayúscula en las movilizaciones del ’87.

[3] No llegúe a conocerle, pero todos me hablaron de él como un individuo excepcional, capaz de optimizar fuerzas descarriadas.

 

 

Sonido

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