Miranda

BOFE

 

Tûrtkûl

´86

´92

534

             

 

Durante el mítico verano del ’88, el cometido de intendencia de Miranda BOFE consistía en elaborar pitanza y bebercio para toda la concurrencia que invadió (invadimos) la casa de su familia, aprovechando la ausencia vacacional de sus padres.

La horda en cuestión estaba formada por Eugenio LEJÍA, Valentín Hermano y yo mismo. El resto de los asistentes[1] al ser propios del hogar, no se consideraban invasores.

Así fue como empecé a conocer a Miranda BOFE más allá de su condición de filóloga en potencia, puesto que asistía sin falta a todas nuestras sesiones de happening y performance improvisadas durante aquel verano del ’88 sobre las baldosas de ese piso inmortal, inolvidable.

Normalmente las comidas que preparaba Miranda BOFE eran ligeras y frugales, como correspondía al menú alcohólico que las acompañaba. Porque lo de las copas era casi de obligado cumplimiento, por aclamación. Caballo loco (colacao con whisky) y extemporáneamente leche de pantera. Con el fin de alimentar semejante cantidad de exigencia para dipsómanos[2], Miranda BOFE elaboraba cazuelas inmensas de la mezcla mágica. Sesiones maratonianas de vídeo-juegos, literatura o el afán dadaísta en versión rotura de botellas[3]. Miranda BOFE se apuntaba riendo supuestamente escandalizada a toda aquella serie de despropósitos. Y es que el entorno habitual de Miranda BOFE eran un par de amigas pusilánimes, interesadas a partes iguales en las Letras y en ser futuras marujas. Así, se mantenían en un territorio intermedio. A resguardo de los ataques a los que las sometía Alejandro Marcelino BOFE, propios de cualquier salido.

Por extensión, el talante de Miranda BOFE era un poco mojigato para no desentonar. De monja de clausura, aunque en ocasiones se dejara llevar por sus bajos instintos[4]. Miranda BOFE combinaba su educación más o menos rígida con su tendencia natural a las interactuaciones erótico-afectivas. Estas últimas, en su caso, tenían que suponer una buena oferta por exigencias del guión. No sé si ya he dicho que Miranda BOFE era tan fea como resultona, de ahí el conflicto atracción-repulsión que provocaba en cualquiera de sus pretendientes… que en realidad no eran muchos.

Unos años después, allá por el ’93, Miranda BOFE acabó encontrando la horma de su zapato. Se trataba de un chaval portugués de nombre Rui con el que iba a casarse al poco tiempo. Una noche, en el Anillos, me le presentó. Fue en aquella ocasión cuando tuvo lugar el histórico diálogo que reproduzco a continuación:

“Yo: –Quién te ha visto y quién te ve…

Ella: –¡Y quién me verá!

Yo: –¡¡Y quién no te querrá volver a ver!!”

Finalmente Miranda BOFE abandonó Samarcanda, marchándose a vivir a Portugal y dejando atrás para su ventura todo aquel pasado que a lo más… puede servir para rellenar unas cuartillas. Imagino que de su estancia por aquellas tierras nació la posibilidad de que Alejandro Marcelino BOFE también se marchase a vivir a tierras lusitanas, como ocurrió después.

De Miranda BOFE no he sabido más que dos cosas en todos estos años: una, que tuvo un accidente de tráfico que casi le cuesta la vida, tan asentada como ya estaba tras tantos esfuerzos y sinsabores. La otra, que tuvo un hijo: probablemente, consecuencia directa de la primera.

Resulta harto curioso comprobar cómo evoluciona la vida en ocasiones, cómo riza sus propios rizos hasta presentarnos las mejores conclusiones. En una simbólica bandeja, para que las degustemos como si fueran un aperitivo. Del ’89 o del ’90 queda en mi memoria una anotación de la mano de Miranda BOFE, en un papel caligrafiado de su puño y letra, que acompañaba un regalo que me hiciera Alejandro Marcelino BOFE por mi cumpleaños. En esa nota Miranda BOFE me decía: “Siempre me jodes, nunca me preñas”[5]. Evidentemente, aquello era un guante de duelo arrojado en pleno rostro… que yo nunca llegué a recoger. Para mí Miranda BOFE sólo fue comparsa y risas. Pasatiempo psicológico en un entorno de espera, el impass que significa la ansiedad juvenil, infinitamente insatisfecha.




[1] Que eran la propia Miranda BOFE y sus hermanos Alejandro Marcelino BOFE y Javier Roberto BOFE.

[2] A quienes se añadía ocasionalmente algún invitado como Adriana Insecto, a la sazón novia de Eugenio LEJÍA… o cualquier otro que se terciara.

[3] Que llegaron a tapizar el suelo del salón durante aquel verano, con el consiguiente riesgo incluso para los gatos de Araceli BÍGARO y Heidi GEMIDO, que estaban también bajo nuestra custodia.

[4] Como una noche que nos vio revolcarnos impunemente en la penumbra de públicos aunque oscuros jardines. Probablemente aquella sesión habría terminado en tragedia si no hubiera sido por sus panties.

[5] Folklore tradicional al que Miranda BOFE era tan proclive.

 

 

Sonido

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