La novia de Joel AFAMADO llevaba el disfraz de tolerante y abierta… probablemente porque en algún momento de su pasado la habían convencido de que estaba bien visto y era conveniente vestirlo. Pero en el fondo no lo soportaba. Le salía por los ojos su condición de estrecha, a la que el disfraz le apretaba de la misma forma que aprieta un zapato. Se sentía incómoda ante la mera posibilidad de tener que comportarse como se le suponía a su condición.

Pero era una criatura de los ’90. La novia de Joel AFAMADO era una crisis de identidad puesta bajo el disfraz, circulando entre ese mundo incierto de infinitos estudiantes, infinitas posibilidades para alguien que está aprendiendo a vivir. Me resultaba interesante indagar en su mente para descubrir elementos de mi pasado camuflados entre su presente. Revisitar así personas que conocí en su día, ya perdidas de vista. Jugar a una especie de reencarnación inmaterial e inconsciente… un túnel del tiempo en versión casera. Recrear en su presencia experimentos antropológicos ya imposibles, sólo por la curiosidad científica de elaborar tablas de presencia, ausencia y grado.

Supongo que la novia de Joel AFAMADO me pensaba portador de otras intenciones más lúbricas que quizá también llevara: pero si así era, iban enmascaradas. Una sesión de fotos dejó claro que entre nosotros no habría más relación que la puramente estética. Por un lado, visual aquel día. Por otro, la literaria que ahora toca.

Puede que en el fondo se viera defraudada porque en ningún momento yo pretendiera beneficio sexual, con lo que eso le habría engordado el ego. Lo cierto es que si Joel AFAMADO tenía el síndrome de Peter Pan, ella llevaba el de Campanilla. Revolotear insinuante, provocando deseo a su alrededor[1] hasta hacer de los polvos mágicos el centro de un mundo volátil… Como una noche, que la sacaron a las tablas de la representación de un cuento los componentes de la compañía La cueva de Samarcanda. Allí, tan monina, con su rubio teñido y sus pantalones lila, no me digan…