Pablo

 SUECO

 

 Samarcanda

 ´87

572

             

 

Pablo SUECO fue como una aparición, un destello en la noche. Le recuerdo perfectamente, aunque hayan pasado más de 30 años. Su manera de cerrar las manos, inconfundible, con el pulgar entre índice y corazón.

Yo bajaba con alguien hacia el Anillos, charlando. Era una noche cualquiera. Nos abordó amablemente aquel viejecito, un hombrecillo delgado y simpático. Se presentó: “Me llamo Pablo SUECO, perdonen que les moleste. Mis hijos no me hacen caso y yo quiero tomar una cerveza”.

Total, sólo nos separaban 50 metros del local, así que le llevamos con nosotros y le invitamos a beber no una sino varias cervezas, mientras charlábamos con él. El tacto de la cerveza fría, su etiqueta dorada tan arrancable… para mí era un oasis. Pablo SUECO contaba sobre todo el desapego que sentía por parte de su familia, que no le hacía caso. Nosotros nos ofrecimos como su familia adoptiva, aunque sólo fuera por esa noche. También contó anécdotas del pueblo en el que vivía[1]: todo totalmente acorde con su manera de vestir, típica de la elegancia dominguera de los pueblos decimonónicos de la estepa.

Le sorprendió agradablemente el ambiente del Anillos, la gente. El conjunto de una noche de la que había oído hablar bastante mal, según contaba. Les quitamos importancia a las habladurías. Supongo que Pablo SUECO se marchó, porque le perdí de vista tras pagarle sus cervezas, zambullido y concentrado como yo me encontraba ya en mis diplomacias nocturnas. Volvió a perderse en la noche… Quizás Pablo SUECO tuviera algún tipo de dolencia que le empujaba a estas excursiones. Pero la sensación que a mí me dejó es que si había alguien enfermo en este mundo, no era precisamente él.




[1] Cuyo nombre no recuerdo, pero que encajaba con el paisaje estepario.

 

 

Sonido

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