Pablo

Tío

 

´64

´99

573

           

 

Desde que le recuerdo, en mi memoria Pablo Tío siempre ha estado asociado a la dureza de rasgos físicos y metafísicos, pero también de trato y maltrato. Rodeado además de un halo de superioridad que sólo estaba en su imaginación, pero le llevaba al desprecio por creerse levitando sobre los demás.

A pesar de ser de la familia, para mí siempre resultaba una presencia extraña, indeseable por desagradable. Que apareciera en escena significaba un acontecimiento inevitable y extraordinario, al mismo tiempo que repulsivo. Además Pablo Tío era de esas personas que no soportan a los niños y despiertan una aversión en ellos equivalente pero indefensa. Si a esto añadimos que tenía la hostia fácil, a flor de mano[1], el retrato completo nos hace percibir a una persona fácilmente prescindible.

A todo lo anterior hay que añadir los problemas que tenía con la vista desde sus tiempos de estudiante seminarista. Sus dioptrías se le podían contar por decenas. Afortunadamente el paso del tiempo corrigió este problema con la ayuda del dinero y una clínica de renombre. Varias operaciones y su vista se salvó. Pero el tema de conversación iba dejando apellidos elitistas a su paso. Para marcar diferencia con el populacho, como siempre le gustó hacer a Pablo Tío.

Cuando fui creciendo se me hizo más soportable su presencia o a él la mía, por verme crecido. Aprendí a ignorar los elementos discordantes. En todo caso, Pablo Tío solía aprovecharse de las circunstancias para el ensañamiento.

Como era ingeniero en dependencias oficiales de Samarcanda en los ’70, a Valentín Hermano y a mí nos dejaba acompañar a su familia a la piscina durante el verano. Una vez allí solía ponernos a parir ante sus compañeros, haciéndonos de menos. De aquella época nació su mote[2]: por sus modales impresentables y trato vejatorio. Ejemplo: una tarde de piscina, circulando por el césped, un compañero de trabajo le preguntó a Pablo Tío refiriéndose a mí: “–¿Y éste quién es?”. Su respuesta no deja lugar a dudas: “–Un redondo hijo de un cuadrao”. A lo que añadí, mientras me iba compungido: “–Sobrino de un burro”. El mote, por discreción, omitido… para evitarle futuros apodos laborales.

El paso de los años fue dulcificando ese trato, pero salvo contadas ocasiones en que se mostraba cómplice y amable[3], generalmente se parapetaba tras su órgano eléctrico y su supuesta intelectualidad[4] para poner distancia entre nosotros y su torre de marfil.

Se creía perteneciendo a un mundo de elegidos y por eso empezó a militar en el Opus, con la complicidad de Restituta Tía. Cuando sus hijos se alejaron de Pablo Tío, casualmente ambos vinieron a parar a un territorio cercano al mío. Imagino que esto resultó asqueroso ante los ojos de Pablo Tío. Con la vejez y el cáncer se le bajaron un poco los humos, pero ya había perdido unos años preciosos para disfrutar de la vida.




[1] Como buen proyecto de cura que había sido.

[2] La burra Camila, acuñado por Valentín Hermano en algún momento de amarga inspiración.

[3] Las navidades del ’75, mientras tuvimos que permanecer en su casa durante la ausencia de mis padres por la muerte de Merlín Abuelo.

[4] El cénit de la cual era poseer y haber leído El lobo estepario de Herman Hesse.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta