Paloma

 

Pepita

 

´97

´99

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Aunque también estuvo trabajando de camarera en el Caballitos (y puede que en algún sitio más) le quedó el apodo de Paloma Pepita seguramente por femenino y diminutivo. El Pepita se identificaba más con su personalidad cercana, entrañable, invitadora a la charla, la confidencia y un tipo de complicidad que nada tenía que ver con su condición de camarera. Era más bien una especie de solidaridad a la que invitaba su situación personal.

Paloma Pepita era una chica con inquietudes culturales que, como tanta gente, se había visto abocada por las circunstancias de la vida al trabajo de camarera. Algo en principio provisional… pero que corría el riesgo de enquistarse en su existencia como lo fácil o lo seguro, hasta convertirla en camarera profesional. A pesar de lo que diga la sabiduría popular[1], había un peligro cierto: que acabara conquistando parcelas de su vida hasta convertirla sólo en eso.

Pero Paloma Pepita luchaba para que no ocurriera. De vez en cuando hacía pruebas, además estaba estudiando algún tipo de formación en arte dramático y pertenecía a un grupo activo de teatro que actuaba ocasionalmente.

Conocí a Paloma Pepita a través de Felipe Anfetas… algunas noches del ’97 y del ’98 íbamos a dar una vuelta hasta el bar en el que estuviera. Con intenciones de charlar y tomar unas copas. Sin más pretensiones al menos por mi parte, habida cuenta de que tenía un novio formal de larga duración que cubría sus expectativas erótico-afectivas.

Las charlas eran distendidas y amigables… además físicamente Paloma Pepita me recordaba a Araceli BRUMA y esto me predisponía positivamente a la tertulia. Como si el subconsciente me hiciera revivir etapas de mi pasado, rejuveneciéndome el espíritu. Las conversaciones lógicamente resultaban animadas e interesantes… esto animaba a interactuar con el alcohol, aunque yo llevaba un par de años sin beber. En una de ésas, Felipe Anfetas y Paloma Pepita me animaron a probar el Southern Comfort. La excusa era el melocotón en el que estaba macerado, pero además era bourbon, una de mis aficiones favoritas… Y ambos añadían a las explicaciones que había sido una de las pasiones de Janis Joplin…

Finalmente traspasé la frontera y –en animada velada– estuve convibrando con todo aquel universo que se encontraba agazapado en la botella. Me esperaba desde hacía tiempo… ancestral, al parecer. Declaré oficialmente consumado mi regreso al mundo etílico, aunque de manera exclusiva en el Pepita y bajo los designios del Southern Comfort. La cosa después fue ampliándose, pero para mi memoria quedaron asociados los colores de la decoración del Pepita con el toque ambarino de aquella bebida tentadora.

Las visitas a Paloma Pepita eran extemporáneas, a pesar de resultar experiencias gratificantes… quizá precisamente por eso, para no matar la gallina de los huevos de oro. Sobre las conversaciones que compartimos allí en grupo, en mi memoria quedó un poso de tiempo en extremo aprovechado. Incluso hubo algún intento de realizar anotaciones al respecto de los ratos de inspiración compartida. Como el día en que dije lacónica, lapidariamente aquella frase que Felipe Anfetas siempre recordaba por la enjundia del contenido: “Todos somos suicidas en potencia”.

Una noche Paloma Pepita nos invitó a cenar en su casa como forma de agradecimiento por los buenos ratos que le regalábamos en el trabajo, durante aquellos lapsos que de otra manera le habrían resultado desiertos. La velada fue agradable y la cena sabrosa… sólo hubo un elemento discordante, porque así lo decidió él mismo. Su novio, que estaba por allí pero cuyo único interés era un partido de fútbol que ponían aquel día por la televisión. Sin duda un paradigmático ejemplo de cómo a veces el corazón puede ser el origen de una encerrona. Mientras Paloma Pepita nos hablaba de su pasión por Folegandros, la isla griega… en la otra habitación aquel impresentable desconectaba el cerebro[2], ajeno por completo a la esencia humana de su pareja.

Aquella maldición me provocó una inmensa compasión por Paloma Pepita… Ella se quedó allí para siempre, con su doble condena del trabajo y el maromo. Quizás por eso, años después, cuando Felipe Anfetas me pidió algo dramático para que Paloma Pepita pudiese representarlo teatralmente… me puse ante el papel y me salió aquello: El tiempo un espejo.

De alguna manera (dramática, fatalista, insoslayable) resumía o simbolizaba la situación de Paloma Pepita y tantas personas como ella, condenadas a una incomprensión ciertamente incomprensible.




[1] Que no es una profesión, sino un estado de ánimo.

[2] Si es que lo tenía operativo.

 

 

Sonido

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