Pedro

el Niño

 

´83

´86

558

           

 

Era allá por el ’84, acababan de abrir un bar que con el paso de los años ha llegado a convertirse en emblemático de toda una época, al menos del espíritu maracandés de los ’80 y los ’90. La calleja había reunido a varios socios entre los que se encontraba Pedro el Niño, un individuo que no se caracterizaba precisamente por ser uno de los motores intelectuales de la sociedad.

Sin embargo hay una tendencia generalizada a identificar el éxito empresarial con la capacidad de la persona para conseguir la felicidad… al menos se identifica dicho éxito con la inteligencia. No seré yo quien postule la tesis contraria. Simplemente invito a que el lector reflexione sobre el asunto, porque con frecuencia pensar sobre algo nos aporta puntos de vista hasta ese momento inimaginados.

Baste decir que hace tiempo ya que se habla de múltiples facetas en lo que a la inteligencia se refiere. Con la aparición de la llamada inteligencia emocional esto ha quedado más que patente… así como lo poliédrico de la inteligencia misma. Podría decirse en general que hay múltiples inteligencias. O si quiere decirse de otra forma, la inteligencia tiene muchas facetas. Por lo tanto, poseer una no lleva aparejado necesariamente poseer más, las cuales por tanto será necesario cultivar para devenir una persona más o menos completa.

Pedro el Niño era el ejemplo típico y extremo de que tener una inteligencia específica no se encuentra reñido con ser un absoluto patán en lo que se refiere al resto de inteligencias posibles. En su caso[1], Pedro el Niño puso de manifiesto que era un individuo al que la naturaleza, la educación o las circunstancias (quizás una mezcla de todo eso) habían dotado con lo que podría llamarse inteligencia empresarial. Capacidad de enfocar energías de manera óptima, encaminadas a conseguir el máximo de beneficios con el mínimo de costes en el ámbito de su empresa.

Lo que de forma tan rimbombante se llama microeconomía para Pedro el Niño no tenía ningún secreto. Él se movía entre los factores que cada día se ventilaban en ese ámbito con una soltura comparable a su falta de escrúpulos para conseguir el objetivo anhelado, deseado, perseguido, casi obsesivo. No era otro que incrementar los beneficios y disminuir los costes. Para ello no reparaba en cuestiones éticas, por supuesto… pero por lo general tampoco de ningún otro tipo.

Una de sus metáforas favoritas, declaración de principios con la que torturaba a la concurrencia, era la parábola de dos individuos que buscan aparcamiento al mismo tiempo. Uno tiene un utilitario y el otro un coche de lujo. El primero encuentra sitio y lo ocupa, quitándole el lugar al segundo. Al salir del utilitario, le dice: “El mundo es de los que tienen inteligencia y suerte”. A lo que el rico reacciona embistiendo al coche del primero, sacándolo del lugar y ocupando su sitio. Al salir del lujoso automóvil, le espeta: “El mundo es de los que tienen dinero”.

Pedro el Niño derivaba de ahí no sólo una actitud y un modelo a imitar. Además una escala de valores que le parecían universalmente válidos. También pensaba que dominándolos sería el dueño del mundo.

¿Será necesario decir algo más sobre el resto de las inteligencias humanas y su posible cabida en la cabeza de aquel hombre? No merece la pena, sin duda. Pedro el Niño resultaba ser una de esas personas que con sus actitudes y actos, así como por sus palabras, se hacen a cada instante un retrato de cuerpo entero. No en vano, en aquella época era tuno profesional. Sólo es necesario un mínimo de atención y receptividad para apreciar dicho retrato.

En cierta ocasión pasó junto a él un conocido empresario maracandés. Con el belfo colgante y la mandíbula entreabierta, a Pedro el Niño sólo le faltó la baba mientras decía admirado y repleto de pleitesía: “¡Qué inteligente es ese tío! Tiene tanto dinero…” A Pedro el Niño le acompañaba alguien, que junto a él también contemplaba desde la distancia al ilustre empresario. Su acompañante le respondió con una argumentación lógica, tan aplastante como diáfana e incontestable: “Entonces tú… ¿qué pasa, eres imbécil por no tener un puto duro?”




[1] Como quedó demostrado con el paso del tiempo gracias a su éxito con La calleja, que después repetiría con muchos más locales, negocios y empresas.

 

 

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