Pedro

 

MP

 

´88

´94

561

             

 

A Pedro MP le tocó en suerte ser imperfecto pero perfeccionista. Haber nacido en los años ’40, pero con mentalidad de los ’60. En general puede decirse que era una conciencia descolocada, desubicada. Sus zarpazos pretendían tener el estilo suficiente para decir que nadaba, pero sólo pretendía mantenerse a flote, no hundirse. No era mala persona, aunque tenía tendencia a dar la brasa.

A Pedro MP le conocí por negocios. Su empresa de maquetación o preimpresión, como quiera llamarse, era el complemento perfecto para mi necesidad económica y mi agilidad mecanográfica. Le “picaba” textos especializados, tesis doctorales, informes… en fin, cualquier cosa que necesitara ser tecleada antes de convertirse en libro. Para una futura impresión en papel, vamos, porque en los ’80 no existía el formato PDF y los libros eran casi siempre físicos.

Pedro MP y yo colaborábamos con frecuencia, con plazos ajustados que a veces me obligaban a teclear hasta altas horas o los fines de semana. En general el negocio iba bien, lo suficiente para que Pedro MP y su socia Maya MP mantuvieran el negocio a flote.

Gracias a Pedro MP me fui familiarizando con el mundillo de la imprenta y todo lo que lleva asociado. Descubrí cuánta vida peregrina, material y mezquina se encuentra detrás de una obra literaria que leemos inocentemente, como si los libros crecieran en los árboles. Aprendí a apreciar, por decirlo así, la dimensión humana y lamentablemente material que significaba llevar una idea al “soporte papel”. Y también llegué a conocer los entresijos de toda esa industria con sus miserias, que son muchas.

Pero Pedro MP se tomaba aquello como un negocio[1]. Podría haber vendido estufas igual que preparaba libros para ser publicados. No hacía mal su trabajo, pero a la legua saltaba a la vista que el arte y/o la literatura no le interesaban por sí mismos. Sólo como vehículos para conseguir pasta.

A pesar de todo siempre mantuve hacia Pedro MP una relación respetuosa, aunque ni de lejos compartiera sus puntos de vista. Con el tiempo, por mediación mía Pedro MP empleó en su nómina a Agustina HUMOS, que por entonces aún no había conseguido dar clases y estaba perdida. Era el ’92, así que aprovechó su trabajo para maquetar una de mis publicaciones y todo fue viento en popa, casi profesional.

A partir de entonces los negocios de Pedro MP dejaron de ser cercanos a los míos. Notaba la distancia cuando, mientras hablábamos, Pedro MP colocaba con la yema de los dedos los diminutos restos de ceniza que sus cigarrillos iban dejando sobre la mesa. Ese tipo de obsesiones propias de los perfeccionistas. Tan sonriente como lejano. Dejé de ver sus ojos azules poco tiempo después, porque ya pertenecían a otro horizonte lejano al mío.




[1] Porque era un negociante, no un intelectual. A él no le interesaban los intelectuales: no ganan dinero. Pedro MP era un pragmático.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta