Restituta

Tía

 Samarcanda

´64

 ´99

623 

           

 

A Restituta Tía la recuerdo jovencita y progre. Todo lo que una chica podía serlo en el Uzbekistán de los ’60. Además era lo que una tía suele representar para el sobrino, el escape del esquema paterno-filial. El refugio en los momentos difíciles, más comprensión… Después fui creciendo. Mientras tanto, Restituta Tía encontró a un seminarista que con el paso del tiempo se convertiría en ingeniero: Pablo Tío. Así que el tiempo vino a colocarla en su lugar natural.

Para Restituta Tía no había nada superior a eso. Había tocado el cielo. Se le subió a la cabeza, se pensó de la élite y ambos se hicieron del Opus. A partir de ahí, entre Restituta Tía y yo todo fueron desencuentros. Un alejamiento que va más allá de la distancia física. Como limosna, a veces me llevaban a bañarme a la piscina del lugar en el que trabajaba Pablo Tío… para demostrarle a Dios y al mundo lo buenos y tolerantes que eran.

Allá por el ’75 había dejado de hablarse con Valentín Padre, su hermanastro. Entonces la distancia se hizo carne. Para el ’99 la cosa ya estaba más atenuada, las dos familias incluso se hablaban.

La mejor herencia que me ha dejado Restituta Tía (creo que aún vive) es el aprendizaje de cómo son los impresentables pagados de sí mismos. Haberme otorgado el privilegio de conocer en primera persona a ese colectivo de gañanes que se creen los dueños del Universo. En el mejor de los casos una panda de analfabetos con título y dinero.

Una pérdida de tiempo. Como los años que han pasado desde que a los 6 vi cómo le caía un ratón en la cabeza.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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