La condición andrógina de la apariencia de Salomé IMAGINA sólo era una anécdota. Su conversación resultaba interesante, acrecentada por sus conocimientos sobre Psicología, puesto que entonces estudiaba para obtener la titulación.

Muchas veces hablábamos sobre temas importantes respecto a la condición humana. A pesar de mi ignorancia, pero debido a la fascinación que siempre me ha provocado el tema.

Así fue, por ejemplo, una tarde a la puerta de los cines Van Damme, allá por el ’85. Tras un rato de agradable intercambio de ideas, Salomé IMAGINA llegó a la conclusión de que en mí habitaba alguien partidario de la antipsiquiatría. ¿Qué dije yo para que Salomé IMAGINA llegara a esa conclusión? Para mí resulta un misterio incluso hoy, porque jamás hasta entonces había oído la palabra. Pero me gustó. Con el tiempo supe que Salomé IMAGINA tenía razón (al menos entonces), lo que me ha dado pie para muchas reflexiones. Probablemente era una de sus obsesiones académicas de la época y por eso enseguida la puso en relación con mis ideas, la proyectó.

Salomé IMAGINA desapareció entre neblinas escurridizas, entre rumores inconexos sobre su vecino[1] y las posibles relaciones sexuales de la propia Salomé IMAGINA, como comercio carnal. En el acervo colectivo maracandés figuran estos episodios con relativa verosimilitud[2]. En fin, brumas tan turbias que jamás queda el agua clara.

Lo cierto es que la juventud y la fuerza de Salomé IMAGINA eran sobre todo intelectuales. Si acaso de un vitalismo equívoco, quizá lésbico (otro rumor).

Pero sus apellidos eran sin duda dos anclajes de peso. Como por casualidad, aunque sin ser familia, eran los de dos catedráticos de la Facultad de Filosofía. Juegos del destino, guiños incomprensibles para el raciocinio, que se entremezclan con la vida… Desapareciendo al cabo entre los rizos del tiempo.