Soledad

CLAMA

 

Termiz

´95

 ´98

634

             

 

Soledad CLAMA era un proyecto de artista como tantos.  Aquella chica de Termiz tenía un aura especial, aunque no sabría yo decir en qué consistía esto. Físicamente era normal tirando a fea: bajita, un poco deforme y ojos claros acompañados de piel blanca. Aunque sonriente, tenía algo en su ser que resultaba repulsivo. Pero yo no sabría decir si era el aliento, el aura o simplemente algún tipo de efluvios corporales que se intuían aunque no pudiesen determinarse con exactitud.

A veces Soledad CLAMA daba la impresión de ser un útero con forma humana. Puede que se tratase de algo simplemente hormonal[1]; aunque supongo que no era su intención, transmitía una atmósfera casi lasciva, animalesca. Imagino que a sus habituales podía resultarles algo agradable si llegaban a acostumbrarse a ello, incluso excitante… pero también imagino que a mí jamás me habría llegado a gustar, por mucho que hubiera sido habitual para mí. Soledad CLAMA tampoco era persona que me incitara al trato más allá de los encuentros académicos, amables y diplomáticos intercambios de información y apuntes sobre asignaturas.

Soledad CLAMA y yo nos veíamos alguna vez en la Facultad de Bellas Artes y puede que llegase a venir en ocasiones a estampar grabados en La Tapadera. Por no sé qué extrañas circunstancias llegó a ser depositaria de una de mis carpetas con dibujos. Para recuperarla, llamé a Soledad CLAMA una mañana por teléfono. Me confundió con su padre.

Imagino que la voz era parecida, lo que habría contribuido a alimentar el episodio. El caso es que me sentí sumamente extraño escuchando que al otro lado de la línea una voz me calificaba como progenitor. Por suerte enseguida cayó en la cuenta y la cosa no pasó de allí, de mera anécdota. Pero recuerdo perfectamente la sensación de oírla hablar recién levantada en la residencia religiosa donde vivía en Samarcanda. Su voz entre lejana[2] y confusa[3] transmitía inseguridad. Me pareció cercana a la de los espíritus que vagan por las etéreas y tenebrosas tinieblas, inciertas para quien no sabe cuál será su futuro.

Aunque la anécdota no pasara de ahí, el tiempo ha acabado convirtiéndola en algo revelador. El otro día, circulando por Google con el objetivo de cotillear sobre el presente de Soledad CLAMA, me encontré una información ciertamente sorprendente. Ahora Soledad CLAMA es una rara avis que hace unos años abandonó el mundanal ruido ¡para recluirse voluntariamente en un convento!

Aquello, más que perplejo, me dejó patidifuso. Algo rarita sí que me había parecido siempre, allá por el ’98: pero no hasta el punto de marcharse de la realidad como una víctima colateral de la vida contemporánea. Desde entonces le he dado vueltas al asunto… no a su descubrimiento tardío de la vocación religiosa[4], sino al significado de su presencia en mi pasado. Como si fuera una luz que pudiera aclarar el equívoco paisaje de mi paso por la Facultad de Bellas Artes. Como espectador que fui de aquellas vidas de jóvenes estudiantes, casi adolescentes, que aportaban infinitos datos para mis ojos investigadores de antropólogo vocacional.

Aunque se me escape el sentido último de aquella aparición fantasmal, como en este caso. Resbala por mi memoria como pudiera hacerlo un huso entre flujos vaginales o una idea entre neuronas, gracias a la mielina como lubricante.

En todo caso, siempre queda el recurso del Diccionario de símbolos de Cirlot. Con frecuencia resulta pasaporte adecuado para circular por terrenos pantanosos como éste. Si fuera interesante, no dude el lector que volveré por esta página para glosar el recorrido de mi incierto itinerario. No sé por qué, lo adivino a caballo entre los dulces del convento y los emparedados medievales. Pero no los comestibles, sino los torturados.



[1] Los granos de su rostro quizá estuvieran indicando eso.

[2] Desde allende el sueño y la religión.

[3] Viendo que yo no era su padre.

[4] Allá cada cual con sus respetables fantasmas y sus consecuencias.

 

 

Sonido

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