Tatito

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Tatito era una chica-poca-cosa cuyo encanto residía precisamente en eso. De apariencia tímida, flacucha, desgarbada y andrógina. Me la presentaron un día en Djizaks y no he vuelto a saber de ella.

Tatito representa a ese tipo de personas que aparecen en la vida de uno sin que se sepa muy bien de dónde vienen, a dónde van ni qué sentido tiene su presencia. Pero allí estaba, pidiéndome una dedicatoria en un ejemplar de mi libro recién editado. Apareció avalada por los amigos de Joaquín Marqués en Djizaks. Ni recuerdo la conversación ni creo que tuviera mucha importancia. Más allá del magnetismo que ella ejercía sobre mí[1], su presencia fue una especie de decorado que ambientaba las cervezas que nos estábamos tomando.

Al día siguiente Tatito se iba a Estados Unidos, por lo que su presencia tenía garantía de fugacidad, fecha de caducidad. Nadie allí se planteaba volver a encontrarse, motivo que confería al momento una libertad absoluta. Un bar con terraza interior, color ocre y la Nada. A eso se redujo la libertad en aquel rincón del entorno de Qûqon. Sólo queda buscar su nombre por el Google de vez en cuando para asegurarse de que Tatito realmente no existía, que sólo fue la personificación momentánea de las energías circulantes.



[1] Siempre tentado a emprender luchas por causas perdidas.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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