Tirso 

Orfebrería

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Tirso Orfebrería era un elemento sin parangón en la noche maracandesa. Se hacía querer por su carácter ufano y amable. Todo daba igual si Tirso Orfebrería te miraba y llegaba el saludo, uno de sus gritos guturales. A distancia se respiraba esa alegría que sólo tienen los niños. Tirso Orfebrería era bajito y feo, casi deforme, pero ¿a quién le importaba eso?

Encarnaba la alegría de vivir, de hacer lo que se estaba haciendo en el momento. Tirso Orfebrería era la personificación del carpe diem… su versión humana, práctica, más allá de toda declaración de intenciones. Tocaba la flauta para ganarse la vida, fumaba porros y tomaba copas para ganarse la alegría. Irradiaba buen rollo para ganarse a la gente… y lo conseguía. De hecho, si puede decirse sin sonrojo, Tirso Orfebrería era el alma del Orfebrería. Transmitía las ganas de vivir allí dentro, de volver siempre otro día.

Tirso Orfebrería era casi una segunda música. El complemento imprescindible de la noche en el local. No tenía pretensiones, ni más ambición que la alegría: la suya y la ajena.

Durante una temporada Tirso Orfebrería desapareció y la noche quedó desangelada[1]. Cuando regresó narraba su temporada en las montañas, experimentando una vida diferente. Le había gustado pero echaba de menos el útero que le acogía en Samarcanda, llamado Orfebrería. Sólo por eso había regresado: reconociendo su auténtico territorio, según decía.

No creo que volviera a marcharse más, porque en Samarcanda no sólo era una institución heterodoxa. También referente amigo, una gran persona. De ésas que sólo con su presencia, sin necesidad de más: alegran la vida.



[1] A pesar de ser más un fauno o un sátiro que un ángel: un pequeño demonio deambulando por aquel corredor de nuestro particular infierno. Un corredor llamado Orfebrería.

 

 

 

 

Sonido

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