Vicky

 la Loca 

 Sherobod

´88

 ´90

 678

 
             

  

Una promesa incipiente, la personificación de un deseo irreprimible. Así podría ser resumida Vicky la Loca. Alocada, superficial, pretendidamente escandalizada y supuestamente trascendente. Como retazos impresionistas ya son suficiente, pero serían irreales por dejarnos sólo el destello de un instante… cuando en Vicky la Loca, una vez superado el primer momento de impacto, tenía mucha más importancia su poso de responsabilidad. Por así decirlo: daba hacia el exterior una imagen que venía a representar aquello que le habría gustado ser, pero su interior estaba habitado de infinitos moldes heredados que seguía casi como al descuido.

Vicky la Loca aparentaba ser o vendía una imagen suya cercana a la promiscuidad y la libertad sexual más absolutas. A pesar de eso, en este sentido jamás llegamos a tener ningún tipo de relación íntima; en general las chicas de Sherobod parece que van a empezar a follar contigo en cualquier momento, pero nunca terminan de arrancar: no follan.

Vicky la Loca llegó desde Sherobod, de donde era y vivía, a ver a sus hermanas Hortensia ARROZ y Margarita ARROZ, ambas también oriundas de allí, pero estudiantes en Samarcanda. Cuando Vicky la Loca aterrizó, yo ya la conocía por referencias y no defraudó mis expectativas. De hecho un par de noches después de su llegada ya estábamos revolcándonos: nos arropaba la oscuridad de una plaza en la zona monumental. Un numerito tan prometedor como incumplido. Nuestros sexos se apretaban ansiosos bajo la ropa, respectiva y recíprocamente en la penumbra. Nuestras noches juntos fueron eso: copas, marcha y morreos sin límite, pero nada más allá.

Vicky la Loca hablaba de sexo con tanta frecuencia que era de una virginidad sospechosa. Se le llenaba la boca con aquello, mientras desde fuera en apariencia sólo era un vacío cerebral. Quizá una metáfora del mundo actual, en el que prima el discurso de contenido sexual sobre el contenido cerebral.

Conversaciones superficiales, porque era el mundo favorito de Vicky la Loca: la superficie. Quizá por eso congeniamos: mi capacidad para bucear espiritualmente no se agotaba. De ahí que necesitara aire, realidad: salir a la superficie.

Y Vicky la Loca tenía aire. Era el clavo ardiendo al que se agarraría cualquier metafísico, con la esperanza de quemarse hasta el tuétano para demostrar(se) así que la vida es otra cosa, que está lejos de los libros. Por así decirlo éramos una pareja de contrastes. Aunque realmente nunca llegamos a ser pareja, sino dos amigos que de vez en cuando se morreaban.

Vicky la Loca alardeaba de sus círculos de Sherobod, plagados de gente selecta, guapos y/o homosexuales. De ahí que un día Andrés GHANA hablando sobre Vicky la Loca me advirtiera de los peligros que podría acarrearme acostarme con ella por causa del SIDA.

Claro, que Andrés GHANA no sospechaba que Vicky la Loca y yo jamás llegaríamos a acostarnos, porque el sexo en esas circunstancias parecía algo natural, inevitable. Algo que pedía la coyuntura y para lo que tanto Vicky la Loca como yo éramos meros instrumentos… lo que daba por hecho ese previsible desenlace.

Probablemente fui incapaz de conducir la situación hacia el sendero de la consumación. Lo que Vicky la Loca llamaba “mi querida Samarcanda” para mí era “mi inevitable Samarcanda”.

Un poco por mi inexperiencia. El sexo era algo que podía pasar en cualquier momento. Probablemente así era, pero precisamente por eso no ocurría nunca.

Tras una de las infinitas noches de diversión fui a buscar a Vicky la Loca por la mañana a una buhardilla del centro, en la que se alojaba. Me recibió un poco descolocada. Me confesó que acababa de acostarse hacía poco rato y dijo algo más: “No soporto el sexo con resaca, así que no haremos nada ahora”. Bueno, aquello era lo más parecido a una promesa de que lo haríamos en otra ocasión, ¿no? Esa hipotética y posterior ocasión jamás llegó a presentarse. Permaneció eternamente en el universo de las posibilidades: ahí donde habitan los sueños, los amores platónicos y tantos otros trenes en vía muerta. De hecho, Vicky la Loca no pasó de ser eso en mi vida: un deseo platónico.

Volvió a Sherobod, volvió a Samarcanda una y otra vez. Siempre lo mismo, la nada. Cuando Vicky la Loca no estaba en Samarcanda, nuestras conversaciones telefónicas llegaron a sumar las horas por cientos, con toda seguridad. Me llamaba por teléfono con tanta frecuencia que parecía una necesidad… la de inventar excusas para acostarse conmigo. Hablar hasta no saber qué más hacer, seguir diciendo con la protección que otorga la distancia.

Antes de conocer a Vicky la Loca, sus hermanas Hortensia ARROZ y Margarita ARROZ hablaban de ella como de una promesa de nuevas sensaciones, de imposibilidad del aburrimiento. En cierto sentido era así: la impotencia en erección es sin duda una sensación siempre nueva. Montones de cartas, montones de minutos hablados en el viento. Pero Vicky la Loca desapareció casi igual que había venido: como un reflejo en plena oscuridad.

 

 

 

 

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