Alfonso
Tango     ´90 ´99 704
             

Alfonso Tango era bailarín. Esto significaba algo más que una actividad, una tarea o una dedicación profesional, porque el resto del tiempo del día, de la vida… cuando no estaba bailando estaba, de alguna forma, preparándose para el siguiente rato en el que ejercería dicha tarea.

Es decir: Alfonso Tango era bailarín de forma vocacional, hasta el punto que no le interesaba otra cosa, a no ser que estuviera relacionada con bailar. Directa o indirectamente; así de simple, así de complejo. Más que nada porque para poder bailar hay que vivir, con todo lo que esto lleva aparejado: desde ganar el dinero suficiente para poder seguir adelante hasta mejorar en coreografías, investigar en la disciplina o interesarse por cuestiones que tangencialmente tengan que ver con el baile… que son muchas.

Pero para Alfonso Tango no era ni suponía esfuerzo alguno, sino que significaba ir ampliando de manera natural aquel campo infinito.

No sé cómo Alfonso Tango llegó a ponerse al frente del proyecto coreográfico de mi lectura de la Tesina sobre el tango, probablemente porque estaba en contacto con Óscar Octaedro, el cantante… o por ser conocido de Valentín Hermano. En todo caso, Alfonso Tango y su pareja de baile en aquella época, Vanessa Tango, fueron quienes acompañaron la presentación con la puesta en escena de aquellos bailes que consiguieron inmortalizar también en este ámbito un día tan inolvidable como irrepetible. Y lo que es más meritorio por su parte, sin ver dinero ni de lejos.

Aquel proyecto era a fondo perdido y todos allí lo sabíamos. Si pudo llegar a materializarse fue sin duda por un motivo bien simple: por amor al arte, incluyendo éste también la amistad entendida como “arte humano” que es.

Alfonso Tango aquel día, como cada vez que empezaba a bailar, hacía desaparecer cualquier otro universo que pudiera estar próximo, porque su concentración no tenía lugar en el sitio físico, el público o la transcendencia de la actuación. En aquel momento, en aquellos momentos que fueron los diferentes tangos, para Alfonso Tango sólo había movimiento al ritmo de la música, buscando ritmo y armonía en el movimiento de unos cuerpos, el suyo y el de Vanessa Tango, que acompañaban el entorno casi en un abrazo omnicomprensivo capaz de concentrar en aquel punto el Cosmos al completo.

La cabeza de Alfonso Tango era el big bang que daba lugar a la realidad misma, a todo lo existente… que llegaba como surgiendo desde un segundo plano, materializándose al abandonar la neblina, el eclipse al que pertenecía todo cuando Alfonso Tango estaba bailando. Lo demás empezaba a existir después del baile, igual que había existido antes… pero durante: desaparecía.

Por eso podría decirse que para Alfonso Tango lo que no era baile no existía. No seré yo, desde mi desconocimiento sobre el tema o mi incapacidad para enjuiciar, quien diga si Alfonso Tango bailaba bien o mal. No tengo ni idea, pero lo que sí puedo garantizar de infinitas maneras es que Alfonso Tango sólo hacía eso: bailar. Para quien esto sea poco, para quien considere que una vida así es existencia desperdiciada, lanzo el reto: como un guante contra su cara. Que me diga cuál es su vocación. O su profesión… y si en algo alcanza al paraíso en el que vivía Alfonso Tango.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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