Andrés
Director   Qûqon ´95 ´96  729
             

 

Si el buen rollo fuera un concepto susceptible de metamorfosearse en prosopopeya, a buen seguro tendría el rostro de Andrés Director. Tratar con él daba la impresión de que todo estaba bien, de que no había ningún problema: ni en el mundo en general ni entre tú y él. Digamos que su trato poseía la virtud de quitarle el hierro a los asuntos. Mirando la cara siempre risueña de Andrés Director parecía imposible que existieran los problemas, que hubiera conflictos en la vida. Siempre tenía una palabra amable o un destello de humor en la manga, preparado para ponerlo sobre la mesa en el momento más adecuado de la partida. Pero muchas veces, tras haber abandonado la escena Andrés Director, la semilla previamente plantada comenzaba a crecer y se iba convirtiendo en planta carnívora, que acababa amenazando tu supervivencia.

Su papel era éste: Andrés Director era Director del Instituto Fortaleza, lo que significa estar constantemente en el medio del fuego cruzado, expuesto a ataques de todo tipo por parte de cualquiera: alumnos, profesores, Ministerio, padres, ordenanzas… Pero esto a Andrés Director parecía no importarle, a la vista de su actitud despreocupada; disfrutaba siendo parte de la tropa desembarcada durante los ’80 resistiendo aún en los ’90 (cuando yo estuve trabajando en su instituto) con la intención de implantar un sistema educativo que abandonara los tics de la dictadura. Pertenecía a ese colectivo con fe en el futuro que el grupo político en el poder durante los ’80 se encargó de desencantar con el paso de los años.

Andrés Director se sabía una pequeña pieza de aquel engranaje y le satisfacía ejercer el papel que le había tocado: creía en lo que hacía. Por eso integraba en su trabajo los infinitos cursillos con los que le aleccionaban o adoctrinaban (la frontera no está nada clara), para salir adelante con aquella tarea tan ínfima como titánica: amortiguar todos los baches que constantemente se iban presentando en su ámbito educativo.

Andrés Director era un amortiguador, sin duda. Comprensivo y cercano, progre en el buen sentido de la palabra… Con él mantuve unas cuantas conversaciones de todo tipo: las desenfadadas, a raíz de algunos episodios hilarantes que protagonicé en aquel centro; las intrascendentes, de saludos en coincidencias por pasillos; pero también las serias, importantes: cuando me encalomaron la labor de ser inspector para un expediente disciplinario de una alumna… en este caso la cosa ya chirriaba un poco, porque salía a relucir nuestra diferente forma de ver el mundo, de tratar las cosas.

Andrés Director me pedía que no le forzase a tomar medidas que no deseaba adoptar contra mí, pero a las que le obligaba su cargo por mi negativa a colaborar… finalmente el asunto pudo resolverse sin más conflictos, pero conmigo Andrés Director ya se había hecho un retrato de cuerpo entero. Había tomado partido por ejercer el papel de marioneta al servicio de un sistema en el que él probablemente creía de verdad: en eso nos diferenciábamos, sin duda.

Quizá porque Andrés Director pertenecía a una generación anterior a la mía y por tener un carácter infinitamente más crédulo, se apuntaba a un sainete que a mí me la refanflinflaba. Es posible que de aquella manera de ser de Andrés Director procediera la oscuridad de su aura, por otra parte aparentemente blanquecina: su pelo canoso y su piel vampírica tenían un toque ceniciento que seguramente procedía del consumo habitual de tabaco negro. Quizás en el fondo necesitara enmerdarse en semejantes lodazales para no sucumbir a la tentación de ser puro.


 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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