Beth
Yankee   Estados Unidos   ´83   892
             

 

La mirada lánguida, sensación provocada ya a primera vista porque los extremos de sus ojos se encontraban algo más bajos de lo normal: esto provocaba en el interlocutor de Beth Yankee una sensación extraña por lo rara. Contagiaba algo de lástima, aunque enseguida desaparecía dicha sensación, porque su sonrisa, tan fácil como simple (diáfana, sencilla, sin mala intención, quiero decir) movía a participar de lo que parecía jolgorio existencial.

Y casi de inmediato Beth Yankee tomaba de la cajetilla un cigarrillo con gesto displicente y lo encendía acercándolo a su boca. Algo que hacía con la muñeca floja y esto transmitía la impresión de que en cualquier momento podía irse al suelo; pero no, porque Beth Yankee tenía mucha experiencia en el asunto de fumar y dominaba los materiales a su antojo.

No sólo el tabaco: tenía una gran afición a las drogas blandas, lo que termina de proporcionarnos una idea bastante exacta de la imagen con la que Beth Yankee se desenvolvía en el mundo real… porque la sonrisa devenía risa floja con frecuencia, la mirada pasaba de ser lánguida a mostrarse perdida y el gesto de interactuar con los objetos acababa por ser torpe: más de lo que ella hubiese querido.

No vengo a decir que Beth Yankee fuera así por ser una fumeta (además de aficionada al alcohol), ni al revés. Pero el resultado final dejaba mucho que desear, al menos a mi parecer; aunque a Valentín Hermano le pareciera otra cosa. Claro, que entre ellos dos estaba también el asunto por excelencia: el del trato carnal, que al parecer practicaban con frecuencia.

Como podrá imaginarse, Beth Yankee era una extranjera (de los USA) que había ido a parar a Samarcanda con las excusas del idioma y la cultura: había encontrado en Valentín Hermano el guía perfecto para ambas cosas entre polvo y polvo, birra y porro, noche y bailoteo. Corría el año ’83, así que resultará fácil imaginar el resto: vida disipada con el colchón del bolsillo paterno de la nínfula, pues aquél resultó ser un pececillo gordito, alto cargo de la Gillette y esto a ella se lo permitía casi todo.

Bueno, en realidad todo lo que se restringiera a cuestiones económicas; aunque este papi pensara que esto lo incluía todo, los acontecimientos vinieron a demostrar que no… que hay cosas que se niegan a dejarse comprar, las muy putas.

En nuestro caso se trataba del amor que surgió entre aquellos dos jovencitos veinteañeros que eran a la sazón Valentín Hermano y Beth Yankee. Es que ellos ponían el amor por encima de todo y creían que todo a él podía acomodarse, como suelen pensar los idealistas. Suerte que estaba por allí el papá de Beth Yankee para darles a ambos (y de rebote a tod@s las personas colaterales) una doble lección: de pragmatismo y humildad. Cerrado el grifo, se acabó el amor; muerto el perro, se acabó la rabia.

Así que Beth Yankee desapareció para siempre de la vida de Valentín Hermano, convirtiendo en dos desencantos lo que había nacido siendo una relación: es decir, el aprendizaje de la vida en la más cruda de sus versiones.

A buen seguro que Beth Yankee continuó su vida en los USA lejos ya de aquella Samarcanda nublada por la gris neblina de los porros, siempre blanda para acolchar dolores que con el tiempo son más lejanos y por eso se vuelven más pequeños. La misión de Beth Yankee era regalarle a Valentín Hermano un motivo existencial para la depresión permanente, intermitente y callada: una tarea que cumplió a la perfección, aunque ambos ignorasen que aquel episodio sólo era una lección de vida.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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