Carlos
RAPHAEL   Ghuzor   ´88  773
             

 

Sólo le vi una vez, casi ni recuerdo su cara, pero me quedó en la memoria, como grabado a fuego, el gesto marchito de alguien resignado a su suerte: una especie de nazareno que vagara por el mundo arrastrando una carga inmensa, sobrehumana. Carlos RAPHAEL sobrellevaba la maldición como bien podía, al menos eso a mí me pareció en aquel momento.

Era un adolescente ludópata y como tal ejercía: malgastando inútilmente cualquier calderilla que llegaba hasta sus manos, con mayor motivo si se trataba de billetes. Y eso que en aquella época aún no existía Internet y sus infinitas posibilidades de adicción… si no, a buen seguro todo habría ido más acelerado, porque cuando le conocí estaba en trámites de desintoxicarse. Algo que ahora resulta más automático, casi un resorte cuando se toma la decisión de hacerlo… pero en aquella época era casi traspasar la frontera de un mundo misterioso y amenazador.

No en vano se asociaba al ludópata con el yonki, se les metía en el mismo saco de dependencias, aunque una sea física y la otra psíquica. Creo que incluso la espalda de Carlos RAPHAEL estaba algo arqueada, en metafórico gesto de humillación, cuando no inminente derrumbe. Me parece recordar que en su caso el anzuelo habían sido las máquinas tragaperras, aunque esto resulta bastante secundario. Lo cierto era su incapacidad para dominarse, o escaso autocontrol, como quiera decirse: un problema de índole personal, de carácter.

Aunque bien pensado todos tenemos un ramalazo de eso; visto fríamente el carácter humano incluye este tipo de comportamientos, sólo que suelen denominarse gustos, aficiones, hobbies… pero cuando anulan la voluntad ya pasan a formar parte del grupo de cosas indeseables, llamadas patologías. Su hermano Manuel Alejandro RAPHAEL, sin ir más lejos, compartía con Carlos RAPHAEL esta desmesurada afición por algo: pero en el caso de Manuel Alejandro RAPHAEL se trataba de la literatura, cosa mucho mejor considerada socialmente. Tanto que cuando viene acompañada del éxito consigue que a quien la practica se le adjudique la etiqueta de genio. Y si no la acompaña, pues de genio incomprendido… pero sin mayor problema.

Quizás por eso a mí Carlos RAPHAEL me provocaba empatía: total, él había elegido el juego y yo el arte. Pero en esencia el esquema era el mismo: dejarse llevar por algo hasta las últimas consecuencias, sin importar lo demás y llegando incluso a organizar la propia vida entera alrededor del objeto de los desvelos. En fin, si Carlos RAPHAEL podía ser considerado un drogadicto del juego, bien podía yo entrar en la consideración de ser un ludópata del arte.

Lo que me llevaba a pensar que no había gran diferencia entre Carlos RAPHAEL y yo, al menos en la esencia. Por eso no me entraba mucho en los esquemas que le trataran y se refirieran a él como a un enfermo digno de lástima pero yo fuese considerado simplemente como alguien excéntrico. No se me entienda mal, a mí Carlos RAPHAEL también me parecía digno de compasión; pero yo no entendía era por qué su caso era diferente al mío… o al de cualquiera, con sus preferencias, sus filias y sus fobias.

Al fin y al cabo sólo se trata de una consideración social con la excusa científica: y ya sabemos todos que un científico sólo es un ludópata bien encarrilado.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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