Francisco
PEPE     ´92   801
             
               

 

Como suele decirse popularmente, Francisco PEPE no caminaba sino que iba deslizándose por el aire, a un palmo del suelo: levitaba… de forma metafórica y figurada, claro. Su peso y su volumen no le habrían permitido hacerlo literalmente, por muy fantasma que fuera: y lo era, vive Dios que lo era.

Cuando tenía a bien bajar al nivel de los pobres mortales que formábamos la plantilla de trabajador@s a su cargo, venía como haciéndonos el favor de tener en consideración nuestra minúscula existencia… ante sus ojos tan mediocre y de patanes que se le escapaba la condescendencia y el paternalismo entre los pliegues del ostentoso traje con el que anunciaba su presencia.

La realidad se escapaba a su entendimiento; y la realidad no era otra que Francisco PEPE se trataba de un cargo político del Ministerio de Educación, perdido aquel ’91 en Samarcanda, aquella demarcación de Uzbekistán que existía casi de milagro o por benevolencia del poder central.

Ya decía Sábato que sólo hay algo peor que un pelagatos… y es un pelagatos con uniforme. En el caso de Francisco PEPE el uniforme era aquel trajecito con el que iba marcando territorio a su paso como pueda hacerlo un oso dando zarpazos a los árboles. En definitiva, era mi jefe más importante… al menos el principal de los que me rodeaban, porque luego estaba el ministro ¡claro!… que venía a ser un Francisco PEPE elevado a la enésima potencia: a la enésima tontería, que en este caso son sinónimos.

Ni más ni menos Francisco PEPE se daba la importancia que creía tener, olvidando la realidad porque no le venía bien creer en ella o porque no le gustaba. Por así decirlo, Francisco PEPE era la encarnación o la personificación del ideal resultante tras leer un libro de autoayuda y creerse el contenido.

Claro, que yo era peor: el último mono de aquel cuchitril infecto en el que sobrevivíamos de milagro infinidad de personajillos sin mejor suerte. Además yo no tenía ni uniforme, por lo tanto ¿qué validez podían tener mis diagnósticos ante aquel dios de provincias? Por todo lo antedicho, yo me guardaba muy mucho de despotricar contra Francisco PEPE ni siquiera en el petit comité que suele ejercitarse entre los empleaduchos cuando el jefe está ausente. Al fin y al cabo, imaginaba que en las cabezas de tod@s estaría fuera de cualquier altar semejante figura… más bien asomando el hocico para entrar en la alcantarilla.

Francisco PEPE tampoco había sido elegido democráticamente entre los componentes de la plantilla, así que el mío habría resultado un discurso tan inútil como repetitivo en caso de haberlo pronunciado. Con Francisco PEPE me parecía mucho más adecuado poner en práctica el asunto de sentarme en la puerta de mi puesto de trabajo hasta ver pasar su cadáver… aunque ni siquiera le considerase mi enemigo: si no hubiera sido Francisco PEPE, cualquier otro inútil igual o peor habría estado en su lugar.

No superaba el umbral de percepción en mi realidad, aunque a veces nos cruzábamos por el pasillo e incluso en alguna ocasión llegué a intercambiar con Francisco PEPE unas cuantas palabras: irrelevantes, sin duda.

Francisco PEPE desapareció de la vida pública tras alguna tormenta política… elecciones, corrupción o cualquier otra menudencia por el estilo. Era una persona importante, claro: de ahí que aparezca en estas malas memorias, para mostrar sin asomo de sonrojo, de manera incontestable, que lo importante con mayúsculas nada tiene que ver con lo inmortal ni lo eterno, inaprehensible.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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