Javier Cecilio

ASAZ

 

Samarcanda

´79

´83

832

             

 

De alguna manera me veía reflejado en Javier Cecilio ASAZ, sentía que compartíamos una manera de estar en el mundo, aunque no tuviésemos nada que ver salvo un par de circunstancias: ser compañeros de clase en el Instituto Tele Visión y tener un fenotipo similar.

Sobre la primera circunstancia, algo puramente casual y sobre la segunda no mucho más, porque aquello de estar un poco gordo, ser feo y algo acomplejado era común a mucha gente en aquel lugar de estudio: la edad de los complejos y la presión social-familiar hacían el resto.

No recuerdo cómo Javier Cecilio ASAZ y yo empezamos a hablar… alguna excusa nimia, sin duda. Entre nosotros había una especie de complicidad que más se parecía al corporativismo entre gordos, porque tras aquello buscábamos afinidades y las encontrábamos, pero traídas por los pelos: gustos musicales, ganas de ligar con las chicas sin saber cómo se hacía, un poco de afición por la filatelia y algún intento inconfesable de hacer cursos en el Instituto Hércules; la engañifa de adelgazar por correspondencia gracias a unos cuadernillos con los que hacer gimnasia en casa, bien ocultos y cada uno por separado. Lejos del mundo real.

Aunque esto era la teoría, una declaración de intenciones que no llegó a cuajar en mi caso; creo que Javier Cecilio ASAZ llegó a comprar el curso completo, animado por el regalo de una televisión: de 14” y en b/n. Un cebo en el que casi llegué a picar yo también, pero no pasé de comprar más que un par de los cuadernillos iniciales.

La relación que manteníamos Javier Cecilio ASAZ y yo era de amistad, colegueo o como se quiera denominar… evolucionó hacia otros derroteros: salir a tomar cañas algún fin de semana, mezclarnos con el mundo real para ver si en una de ésas, aunque sólo fuera por equivocación, conseguíamos ligar con alguna chorba de nuestra edad: incluso valían compañeras de clase o del mismo Instituto Tele Visión.

Lo que nos acabó de decidir para aquellas excursiones que preludiaban adolescencia con todas sus consecuencias fue la presencia de Paco HIGO, quien se unió a Javier Cecilio ASAZ y a mí, formando un triunvirato desigual. Tampoco nos prodigamos mucho, porque el éxito de nuestras salidas en conjunto no acababa de verse por ninguna parte. De hecho la presencia de Paco HIGO animaba el asunto, pero al ser más delgado y desinhibido nos hacía pasar a un segundo plano, a la sombra, tanto a Javier Cecilio ASAZ como a mí.

En realidad lo único que teníamos los tres en común era la afición al fútbol, algo que se agotaba enseguida: no era un espectáculo constante, como en la actualidad. Más bien resultaba un relleno de los huecos aburridos durante el fin de semana.

Por lo demás Javier Cecilio ASAZ era un chaval normal, simple y con cara de pan de pueblo, aunque buena persona. Si había ido a caer en el Instituto Tele Visión era porque su madre trabajaba allí como limpiadora, porque vivían en la otra punta de Samarcanda… casualmente cerca de mi casa, aunque esto no me motivaba tampoco en exceso para cultivar su amistad.

De la misma forma que empezamos a vernos, así perdimos el contacto: ganó la desidia, la naturaleza siguió su curso… en realidad Javier Cecilio ASAZ y yo no teníamos mucho que ver. Era una de esas personas con las que haces un trecho del camino, un compañero de asiento durante el viaje de la vida. A la vista de la suya, no me sentía cercano a él ni sus inquietudes, aunque pudiéramos parecer similares a los ojos de aquellas niñas que compartían pupitre con nosotros, pero nada más.

 


 

 

 

Sonido

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