Javier

Dalton

 

 

´90

´96

830

             

 

La mirada picarona era su carta de presentación, no sé si deliberadamente estudiada o natural, como al descuido: en todo caso, un retrato de cuerpo entero, acompañado por la sonrisa ladina (de medio lado, quiero decir).

En cuanto entablabas conversación con Javier Dalton la picaresca surgía con naturalidad… como algo que se materializaba de forma inevitable por estar flotando traviesa en la atmósfera. “Sí, el mundo es una broma trágica con trasfondo placentero” –pensabas. “¿Cómo no me había dado cuenta hasta ahora?” Lo demás fluía por añadidura, entre bromas que iban surgiendo a medida que se desarrollaba la conversación, surcándola: y eso que ésta siempre era superficial, como un alivio o un respiro de ésos que de vez en cuando nos regala la vida.

Aunque el perfil de Javier Dalton en realidad poseía un trasfondo problemático, no lo reflejaban su aspecto, el carácter ni el trato cotidiano. Lo cierto era que se le veía desenvuelto, hábil en los gestos: algo que se correspondía perfectamente con el trabajo que habitualmente desarrollaba, el de protésico dental. Por eso uno de los apodos que llevaba puesto, enganchado a su persona era “el piños”, con el toque marginal propio de la jerga… muy de risa, claro, como todo en Javier Dalton y su entorno.

Al igual que su hermano Cecilio Dalton, que también se dedicaba a la misma tarea profesionalmente: de ahí les venía el mote “Dalton”, emulando a los famosos bandidos enemigos de Lucky Luke. Pero lo de Javier Dalton era un poco distinto, a pesar de compartir con su hermano Cecilio Dalton las aficiones a la juerga límite y la profesión de protésicos. Porque Javier Dalton iba un poco más allá… se movía en el límite de la patología: más que afición por frecuentarlos, era casi necesidad enfermiza la que sentía hacia los ambientes marginales.

Sobre su verdadera afición al bingo, nunca supe cuánto había en ella de ludopatía, aunque por la frecuencia con la que asistía a las sesiones bingueras… parece que rayaba en la necesidad de terapia. Y luego, el asunto del uso que les daba a las ganancias del juego cuando las había: yéndose de putas, principalmente. Eso sí: actividades ambas aderezadas con los consumos típicos asociados a estos casos… alcohol y estupefacientes.

Lo cierto por tanto es que las resacas que sucedían a aquellos fiestorros, excesos se miren como se miren, resultaban ser de antología. Muchas conversaciones versaban sobre esos mundos y sus anécdotas, claro: el lumpen, el hampa, la delincuencia organizada y cuanto forma parte del lote.

Me parece recordar alguna anécdota relacionada con taxistas al hilo de aquellas correrías… pero los detalles me los hurta mi memoria, hasta cierto punto discreta. Aquel fino bigotillo con el que Javier Dalton adornaba su rostro, le hacía acreedor del archiconocido comentario de tener cara de no haber roto un plato.

Aunque recuerdo en realidad que Javier Dalton era acreedor de algo más peregrino: como resultaban los préstamos que de tanto en tanto iba pidiendo para poder mantener aquel singular nivel de vida; por lo tanto, más deudor que otra cosa.

 


 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta