Jesús

Qûnghirot

 

Qûnghirot

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Me resultaba algo contradictorio, porque Jesús Qûnghirot había llegado a Samarcanda buscando un lugar tranquilo en el que desarrollar su futuro: la vida familiar que iniciaba entonces, aprovechando la oportunidad brindada casualmente por su trabajo. Era empleado en una imprenta y por carambolas del destino pudo optar por esta salida. Con ello abandonaba su Qûnghirot natal, una tierra siempre asociada a la violencia en el imaginario colectivo, a la ausencia de pacífica convivencia entre sus vecinos.

Para mí lo contradictorio residía en que Jesús Qûnghirot explicaba a su manera la vida de aquellas lejanas tierras: como incomprendida o mal interpretada desde la perspectiva mesetaria de Samarcanda y de todo Uzbekistán en general. Los argumentos de Jesús Qûnghirot resultaban coherentes, pero no encajaban con los parámetros desde los que se enjuiciaba el asunto desde fuera de Qûnghirot. Jesús Qûnghirot vehemencia con la que Jesús Qûnghirot aportaba su visión respondía a su manera de ser, pero no ayudaba nada… enseguida el interlocutor lo extrapolaba casi sin querer, haciéndolo extensivo al conflicto en general, lo que hacía que la conversación acabase derivando en la imposibilidad del entendimiento mutuo: pero más que nada por la diferencia de idiomas, no por el contenido de la conversación.

Algo sin duda paradójico, que acababa replegando a sus posiciones iniciales a todos los intervinientes en el diálogo… deviniendo así imposibilidad comunicativa lo que en principio era intercambio de opiniones y puntos de vista. Yo tenía poco más de veinte años y Jesús Qûnghirot rondaría los cuarentaypico, así que su estancia como pupilo en casa de mis padres resultó para mí un inigualable aprendizaje del intercambio cultural con alguien de otras latitudes que además pertenecía a la generación anterior a la mía.

Dicha estancia duraría poco más que unos cuantos meses, mientras Jesús Qûnghirot se acomodaba laboralmente en la ciudad y empezaba a buscar un lugar donde fijar el nido para su futuro familiar, puesto que ésta se encontraba presta a desplazarse hasta Samarcanda en cuanto así fuera.

A mí Jesús Qûnghirot no me caía mal, aunque la diferencia entre nuestros respectivos caracteres fuera más que notable. Charlábamos con frecuencia amigablemente y coincidíamos en muchas cosas, pero sus inquietudes se alejaban bastante del intelecto, por lo que no resultábamos espíritus afines: algo que para mí nunca ha resultado negativo, sino aleccionador en general.

Poco después tarde, con Jesús Qûnghirot y su familia ya establecidos en las afueras de Samarcanda, también fui profesor particular de su hijo; esto me ayudó a comprender un poco más a aquel hombre.

Con todos los elementos de juicio, finalmente Jesús Qûnghirot me parecía alguien normal, aunque se diferenciara de quienes habitualmente llevaban esa etiqueta en mi ciudad: principalmente porque Jesús Qûnghirot arrastraba el lastre de su origen para el punto de vista de los maracandeses, que le habían colgado el sambenito de cabezota… ¡como si ellos no lo fueran también!

Para mí Jesús Qûnghirot era un tipo simpático y campechano; de trato agradable, pero nada más… y nada menos. Convivir con él me hizo comprender lo difícil que resulta luchar contra el muro infranqueable que son los prejuicios, porque Jesús Qûnghirot estaba en territorio enemigo: tanto como pueda estarlo cualquiera que pretenda enfrentarse a lo establecido.

Quizá por eso me viera reflejado en él y su circunstancia en cierto sentido, aunque lo mío no era de espacio-tiempo, sino absoluto. Nos hermanaba estar fuera de juego, desencajados… aunque extrañamente distintos. Simplemente compañeros durante aquel viaje compartido que podría ser llamado exilio, pero sin nada en común salvo el hecho de estar exiliados.

 

 

 

 

Sonido

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