VICIOS

 

 

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A veces, caminando de mañana por las calles de la ciudad, pe parece ver a VICIOS cruzando un semáforo, saludando a alguien o simplemente paseando. Enseguida me doy cuenta de que es imposible: han pasado más de 30 años desde la imagen que guarda de él mi cerebro; aquélla que un día ocupara mi retina, durante las clases de Filosofía del lenguaje que VICIOS impartía en la UdeS y a las que yo asistía atento, con intención de captar todo aquello que la Filosofía del lenguaje tenía de interesante y que tanto aportaba a mis conocimientos.

Y eso que se me escapaba mucho del contenido de aquella asignatura, desconozco el motivo: me resultaba resbaladizo como pueda serlo un anguila para un hambriento que no cuenta más que con sus manos para pescarla. De hecho, más allá del lenguaje de la Filosofía, o lo que es lo mismo: los mecanismos que en la Facultad de Filosofía enseñan para lidiar con el pensamiento… más allá estaba la Filosofía del lenguaje. Lo que viene siendo sinónimo: el sustrato filosófico que subyace bajo el lenguaje y por lo mismo, bajo la comunicación humana en su núcleo central, incandescente como el NiFe del globo terráqueo.

Bien es verdad que allí sólo se trataba el lenguaje de las palabras, imagino que por lo amplio e inabarcable que habría sido tratar el lenguaje como concepto abstracto y omniabarcante. Pero VICIOS hacía que todo aquello pareciera amable por definición. Algo que tenía mucho que ver con su imagen, su presentación como persona en el mundo real: porque se trataba de alguien con apariencia de jubilado inocente, indefenso e inofensivo; cabello blanco, bigote amable (también blanco) y tono pausado, comprensivo…

A pesar de todo eso, no sé por qué motivo, aquella asignatura y yo no llegábamos a congeniar… de hecho no lo hicimos jamás. Fue la única que se me negó a dejarse domesticar, con insistencia académica a lo largo de la carrera: entre nosotros había, como suele denominarse entre los amantes cuando ocurre algo así, “incompatibilidad de caracteres”. Por activa y por pasiva, una y otra vez, yo suspendía la Filosofía del lenguaje… incomprensiblemente para mí. Parciales, finales, junio, septiembre… nada, fracaso. Intenté de mil maneras abordar el asunto, pero no fui capaz.

Suerte que VICIOS, en su infinita comprensión, acabó conmutándome la pena de muerte que significaban para mí los exámenes por la cadena perpetua que venía siendo la elaboración/composición de trabajos múltiples: para continuar con la metáfora. Estoy más que seguro de que en caso de no haber sido así, para mi desgracia habría acabado consumiendo todas las convocatorias hasta pasar finalmente a formar parte de ese colectivo mítico de alumnos incapaces de llegar a licenciarse a falta de una asignatura (mi amigo Jesús Rocker, sin ir más lejos, se encontraba en él).

Suerte que VICIOS, con su mirada comprensiva, entendía que en el fondo no se trataba más que de un problema de traducción: desde mis conocimientos hasta su conclusión de que los mismos eran suficientes para aprobar; el puente de comunicación estaba roto. En el fondo, un problema de “traducción” o de “lenguaje”: algo que resultaba contradictorio con la base del espíritu mismo de la asignatura.

La fortuna fue mía, sin duda… VICIOS se encontraba más allá del esquema elemental y básico de la alternativa suspenso-aprobado. La desgracia fue del lenguaje mismo: desde entonces sufre las consecuencias de ver cómo le devoro las entrañas, ¡pobre víctima!

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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